sábado, 20 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 20 Sábado


Todo suyo, el horizonte y el alba, desde más allá del universo y del tiempo, todo aúreo estallido. Así comienza la mañana, entregada por completo al sol, su único dueño, portador y artífice de la luz y la vida. Las aguas de la bahía, sosegadas, apenas corre un soplo de brisa, se inundan del líquido oro que en palpitante reflejo llega hasta la quieta orilla. El cielo abierto muestra un absoluto y enigmático añil, diáfano, que parece poder tocarse y alcanzarse con la mano.

La vida muestra su rostro más amable en una calle animada, bajo la cálida luminosidad tibia de estas primeras horas del día. Vicky sigue felizmente perseguida por el ardor felino de su nuevo y tenaz compañero. La gata en parte asombrada, a medias satisfecha, pese a todo recelosa, aunque de la situación dueña.

Pero no me entretengo, he bajado relativamente tarde, y las ganas de andar me ponen en marcha. El sol o los soles lucen en los escasos aguazales que de las pasadas lluvias van quedado. Sus fangosas aguas se transmutan en ilimitado relampagueo de destellos. En los charcos un líquido azogue oculto ofrece su espejo, su magia singular y luminosa. Las arenas se han secado, su ocre muestra matices blanquecinos, mientras arriba y abajo los corredores pasan incesantes por el hoy concurrido camino.

Soleándose a la entrada de su guarida Piratilla espera su desayuno, en cuanto me vé viene hacia mi, con su rabito bien alto. Mientras los perros menean la cola como signo de amistad y reconocimiento, los gatos para indicar lo mismo ponen su cola vertical, derecha y quieta, bien visible.

Se inicia un ligero viento norte, fresco, cristalino. El mar vibra nuevamente con la inmensidad de su turquesa más vivo. El horizonte se extiende en interminable abrazo. Las palmeras llenas de verde y vida, se mecen ligeramente en la brisa. Aunque cien años viviera lo mismo, vivo asomado a la sorpresa del infinito.

Con el mediodía rola el viento a poniente, y el cielo se va haciendo levemente blanquecino. Una tenue nubosidad fina y extensa va ocupando todo el firmamento. En la playa aún templada los niños juegan en los columpios, mientras algunos jóvenes disputan un partido de rugby sobre la arena. En la mar dos docenas de pequeñas velas llevan sus blancas espumas de lona de un lado a otro compitiendo.

La tarde se hace ligeramente sombría, el celaje impreciso de nubes se despliega aún más denso. Se ve entrando en las aguas marinas, una larga lengua terrosa, el turbión amarillo y ámbar de los ahora crecidos rios que desembocan en la ensenada

El crepúsculo añade matices de color rosa al suave y pálido gris que envuelve a la ciudad. De improviso una luz azul desciende del cerrado firmamento, mientras las aguas se llenan de verde oscuro.

La noche se acerca dispuesta a dirimir en su silencio las humanas diferencias, las nimiedades que nos distraen y agitan. Para ser justa, hoy no trae ni luceros ni estrellas.

Sólo brilla la ciudad y sus luminarias, el puerto y sus balizas, construyendo la vida de los hombres en su destino de lucha con las sombras.



© Acuario 2010

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