domingo, 21 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 21 Domingo


Desde la madrugada se viene oyendo el suave murmullo de la lluvia, el paso de los vehículos sobre el pavimento mojado, su húmedo salpicar abriéndose camino por encima de los charcos del asfalto. Cuando amanece el día, lo hace con pautada lentitud, con adormecida desidia. El firmamento cubierto por completo deja caer una luz ausente, la playa en completa soledad, bajo la suave llovizna, aún más solitaria parece. El mar ostenta un verde iluminado y amarillento, y gracias al ligero viento de levante, muestra un fuerte aspecto, un activo oleaje, que termina entregándose en la playa, descifrándose en la rompiente de la orilla con acompasado rumor, decidiendo la incesante arquitectura de las blancas espumas que van y vienen.

Apenas hay peatones en el paseo, bajo la luz remota y distante, esta mañana más bien fría, y empapada de extraña y suave cesación, respirando agua por todas partes. Sólo el vivo y voraz apetito de los gorriones, capaces de disputar las migas de pan que les ofrezco a las palomas y, bajo sus mismos picos, tirar y porfiar por las blancas migajas, y escapar con ellas hasta la copa de las palmeras, asombradas y divertidas viendo su habilidosa pelea.

El horizonte se sumerge en una dubitativa presencia, en una lejanía irresuelta y levemente brumosa. El camino está lleno en abundancia de su propio vacío, las pisadas sobre la arena se van dejando atrás. Todas las distancias se envuelven en borrosa latencia, mientras alguna gota olvidada cae sobre un tiempo que se extiende sin prisa. Parece que no fueran mis pasos sino el impreciso curso de las ideas quienes me llevaran adelante caminando en relajado ejercicio.

Como el agua caída no ha sido mucha, Piratilla no ha cambiado de refugio. En el suyo habitual me la encuentro esperando con su festiva y acostumbrada alegría. Mientras vuelvo, viene llegando el mediodía, y la tarde se inicia, llevada por la insistente brisa. Las olas se mecen inquietas, activas, resueltas.

Cercano al crepúsculo el sol va abriendo el firmamento, y una luz sedosa y cansada envuelve la ciudad, ilumina las ahora escasas nubes, y las llena de pinceladas de marfil y nácar. En la ensenada las aguas olvidan su interna agitación y respiran ahora con una paz tranquila y sosegada. Algunas cañas hay en la orilla emplazadas buscando lograr alguna pesca. Son pocos, pero varios niños en la playa juegan, mientras algunos perros pasean con sus amos por ella.

Lentamente el día acaba, demasiados afanes, demasiadas ideas, la noche viene con sólo una, ama y haz lo que quieras.



© Acuario 2010

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