lunes, 22 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 22 Lunes


Tras una madrugada lloviendo suavemente el cielo intenta abrirse al alba. Apenas un poco de azul entre cúmulos de nimbos rosados sobre las quietas aguas. El sol tambien él procura buscar su camino, pero hoy es sólo una roja moneda apenas perceptible sobre el cerrado horizonte . En breve comienza pausadamente a llover de nuevo, agua sobre agua, deslustrando con incontables gotas la verde ceniza de la superficie marina, volcando aún más húmeda soledad sobre una playa errática, aletargada, ensimismada en el silencio de una orilla sin apenas oleaje, enmudecida.

En sedas de bruma lejana se encubren todas las distancias, la mañana se muestra empañada, bajo una luz difuminada, débil e indecisa. Las palmeras brillan mostrando agradecidas un verde apoteósico y lleno de palpitación y vida. Un ligero poniente desmadeja sus cristalinos hilos de aire pasando invisible entre ellas.

No hace frío, reconoce mi desplegado paraguas. Casi es mejor caminar por la arena, con menos ocultos charcos, que ofrece una más seca extensión a la pisada, mientras me empapo de la magia de esta lluvia fina y delicada, aleteante y exquisita. Mientras camino, me voy inadvertidamente fusionando en el impreciso rumor de su diáfano silencio, admirando su celado y oculto murmullo al caer en la arena.

El horizonte desaparece amable y comedido mientras el cielo y el mar en el abrazo de la distante lluvia secretamente se besan.

Vuelvo ya con la compra hecha, alguna distraída gota cae, nadie apenas en el camino de vuelta. El aire hace flamear lentamente los jirones que han quedado, tras el invierno, de la bandera azul de la playa, a todos los vientos expuesta.

Con el mediodía todo cambia, las nubes se hacen a un lado, el firmamento se entrega en su casi completa totalidad a un sol impaciente, espléndido, que transforma de inmediato en turquesa las aguas, que derrama sus centelleantes reflejos en incesante cascada sobre la bahía. El poniente comienza a ganar alegría, a levantar olas y blancas espumas que recorren sesgadamente la ribera marina.

Principia la tarde volviendo de nuevo la nubosidad sobre la ciudad, y aún la lluvia, primero tímida, luego resuelta y decidida. Algún chaparrón cae también, de breve curso y recorrido, mientras estoy ya en el trabajo. A la salida todo ha cesado, el aire renovado y distinto, limpio, envuelve a las calles con su rostro benévolo y fresco.

La noche abierta, envuelve a la ciudad y al mar en su negro misterio. En su pulso infinito late toda la inabarcable inmensidad que incesante se expande, todo el espacio que se extiende y agranda impulsado por un desconocido destino.

Pero nada de eso saben las pícaras estrellas, que me sonríen desde su cómplice silencio.




© Acuario 2010

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