miércoles, 2 de junio de 2010

CRIPTOGRAMA DEL SILENCIO










JUNIO 2 Miércoles



"El ser humano no solamente actúa, habla, piensa y sueña a lo largo de su vida, sino que también calla: durante toda nuestra vida callamos sobre quienes somos, sobre ese ser que sólo nosotros conocemos y que no podemos revelar a nadie. Sin embargo, sabemos que el ser sobre quien callamos representa la verdad: ese ser somos nosotros mismos, y callamos sobre nosotros mismos." Tomo prestadas estas consideraciones de Sándor Márai como coordenadas que me orienten en la búsqueda de ese territorio desconocido que se extiende bajo mis silencios.

Desde aquel adolescente tímido que fui, hasta hoy, ha pasado mucho tiempo. No era fácil desenvolverse con habilidad en ese proceloso mar de complejos que tuve que domeñar tras dejar atrás ese paraiso, del que todos nos vamos poco a poco, que es la infancia. Gafitas, con cierto sobrepeso, y con los bolsillos vacíos, salvo un pañuelo para limpiar las gafas, nada de dinero. Mi padre repetía durante mi infancia una máxima usualmente: " los niños no deben tener dinero ". Trascurrido el tiempo, cuando quise tener una cierta asignación semanal al comenzar la adolescencia y mis estudios, su respuesta fué tan tramposa como ladina: "cuando necesites algo, ven y pídemelo". Invitar a tomar algo a una muchacha y entablar amistad con ella, supondría pues, gracias a esta benevolente disposición paterna, hacer un desplazamiento hasta mi casa, dejar a la chavala esperando, y volver luego con el dinero para dos refrescos. Un planteamiento asaz adecuado para facilitarme las cosas.

Así pues más bien solitario, como Don Quijote en su gabinete de lectura, estudiaba y escribía poemas a la amada que aún no tenía, versos que el tiempo ha perdido, papeles ya para siempre extraviados en irreversible y definitivo silencio. Pero el tiempo ha puesto las cosas en su sitio, mis complejos resueltos, y aunque dispongo de facilidad de palabra, los recovecos de mi mente permanecen repletos de archivos desconocidos, de ocultos caminos.

Y no es fácil seguirles la pista, en la prudente sombra del olvido he dejado los fracasos, las decepciones, las proteiformes pulsiones sexuales, mi propia locura, mis odios, la oscura realidad de ese otro yo que podría ser yo mismo.

Quizá por aproximación, tangencialmente, consiga acercarme a tanto salvajismo asocial que versallescamente educado disimulo.

Más o menos tan peligroso como un mono con un revólver cargado, me digo.



© Acuario 2010

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