viernes, 27 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 27 Viernes


Alborea. Sobre el horizonte el amanecer impaciente no espera al sol y rotula con irritado y aéreo rojo toda una ancha banda sobre el confín de unas aguas en calma, adormecidas. Pero el irascible cinabrio, el colérico bermellón disfruta de un fugitivo y evanescente éxito, y la aurora tiene que volver a pintar de nuevo el cielo, y como no encuentra más pintura granate vuelve a colorear el firmamento, pero esta vez de excelso amarillo.

Hasta que el sol, envidiosillo, dueño de ese cromatismo único, se asoma, para demostrar así la propiedad del mismo, señor de ese soberbio, astral y dorado fuego.

La mañana inicia su tiempo y el viento del norte sigue su camino. Hay una escasa nubosidad delgada, rota, que deja ver un azul pálido ligeramente frío. Algunas palmeras, las que el norteño aire encuentra a su paso entre los edificios, se zarandean en desesperada agitación, mientras que todas las demás permanecen dormidas e inmóviles.

El mar es una extensión reposada, sin olas, con un matiz de verde y leve ceniza. Entrando por el puerto viene blanco y silencioso el barco que une a la ciudad todos los días con Melilla. Suenan desde todos lados los silbidos diversos y siempre distintos de los mirlos escondidos.

Espero hoy un poco que el calor gane terreno y espacio en esta mañana soleada aunque zamarreada por el ventarrón boreal e impetuoso que la enfría. Cuando ya voy por la playa andando, veo como el mar y las arenas se abrazan con desmesura en la infinita extensión de sus entrelazados cuerpos, mientras en la lejanía una líquida constelación de destellos espejea sobre el cobalto gris azul de las aguas.

Al mediodía atraca un enorme paquebote en el muelle de levante, casi del tamaño de un edificio de quince pisos. El viento ya cansado logra detener algo su alocada carrera. En la bahía al iniciarse la tarde las gaviotas han venido, en inmensa bandada. Flotan sobre la superficie, quietas, tomando el sol y llenando, con su blanco plumaje, de ilusoria nieve la ensenada marina.

Terminan las horas del crepúsculo con el perfil de la luna asomándose desde un cielo deshilachado y blanquecino. Hace algo de fresco en cuanto la luz declina.

En la distancia en sombras y negrura, las luminosas balizas de los buques abren un inagotable caudal de nostalgia jamás esclarecida.

Estrellas y luceros, incontables y cómplices, con guiños sonrientes ocultan sus pensamientos.



© Acuario 2009

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