lunes, 9 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 9 Lunes


El horizonte flamea de rojo fuego como aviso y heraldo de la inmediata presencia del sol, mientras la mañana reestablece sus enseñas que tremolan incesantes en el sempiterno y fuerte viento. Aunque éste afablemente planea sobre las aguas cercanas, respetando su sueño y su tranquila inmovilidad, con una orilla sin olas, en silencio. La soledad es la única compañía que el mar encuentra.

De vez en cuando no obstante, aparece con sus gemidos, murmurando quejumbrosas protestas metálicas la máquina limpidora de la arena que recorre una y otra vez la playa a lo largo de la línea de la orilla vacía. Igual que siempre, pasan de largo sin detenerse los habituales atletas y deportistas persiguiendo a la mañana. Incansables, corre que te corre de un lado a otro del litoral costero.

Continúa la poda de palmeras, el paseo se llena de palmas secas abatidas y dorados dátiles. Como es día laborable hay plena actividad de vehículos y de peatones, que pasan como pueden, entre el estropicio de restos vegetales y la grúa móvil elevadora que emplean los operarios para desmochar el cuello de las datileras, montada oportuna y justamente en mitad del paseo.

Empero el día es gracias al persistente viento norte, seco, de tierra, un refulgente regalo de transparencia, un cristal bañado de luz y sol de forma ilimitada, deslumbradora, casi inexplicable, asombrosa. Hay un enorme crucero de pasaje atracado en el puerto, cuando los turistas descienden por la pasarela sólo es necesario ver su silenciosa y embebecida observación mientras pasean.

La tarde es la más grata sucesión de tiempo y doradas horas seductoras. La muchedumbre de gaviotas asentadas flotando en inmenso grupo sobre las aguas de la bahía da la impresión de crecer día a día. De vez en cuando alguna eleva su vuelo y con magnético mimetismo induce a revolotear a algunas otras, hasta que planeando y dando vueltas todas, vuelven de nuevo a posarse y encontrar acomodo entre la numerosa multitud de blancos puntos, sobre la azul superficie turquesa del mar inamovible y aletargado.

Cuando vuelvo finalizado el trabajo, el cielo sin nubes se ilumina casi enteramente de etéreo amarillo, surcado por los incansables vencejos que vuelan piando y emitiendo ligeros y agudos gritos.

Fresca pero sin viento, cae prontamente la noche. Sólo el líquido encantamiento de apagados murmullos de las ligeras olas en la orilla sacia a su profundo y silencioso corazón vacío.




© Acuario 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario