sábado, 10 de octubre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

OCTUBRE 10 Sábado




Desenvuelto y con tranquila resolución abre el sol las puertas del día. Un enorme manto dorado sobre el horizonte, con el que viste su desnudez de fuego, le otorga la humedad del mar. Las aguas se incendian solo con su mirada, las orillas están dormidas, sin oleaje alguno, en un silente letargo de luminosa seda.


Hoy los mirlos, tras su habitual polémica canora, se han puesto de acuerdo, se han callado. La mañana los observa con un punto de sorpresa, ligeramente asombrada.

Estos días iniciales de octubre son muy parecidos unos a otros en su comienzo, calurosos sin exceso, la mar en calma, el cielo sin nubes o apenas alguna, el viento quieto.

Parecen los rubios hermanos gemelos de una nórdica familia numerosa que ha venido de atrasado veraneo.

Dando hoy un poco más de vueltas, mi camino pasa hoy por la estafeta de correos, y luego bajo los altos álamos del antiguo edificio que fué audiencia provincial. Están podando sus ramas bajas, que cruzan casi al otro lado de las calles que se encuentran a su alrededor.

Las brazadas de hojas, los troncos cortados, por el suelo, tienen un aspecto de estoica desesperanza resignada.

Cuando vuelvo, en la distancia inmóvil de las aguas, con una parsimonia inenarrable un crucero enfila la entrada del puerto, a su lado, la barcaza del práctico lo escolta.

El mar aún no se ha despertado, no hay olas, Neptuno se ha olvidado de traerlas.

Hoy la playa está bien animada, los bañistas han vuelto a llenar de color la arena con sus alegres toallas y sombrillas. Los vendedores de refrescos vuelven a acordarse de nosotros, sus pregones andan de un lado a otro.

El mar es una extensión quieta, de una tibia superficie, bajo ésta, el agua es solo ligeramente fresca. Nadar es abandonarse en su agradable caricia. Incluso llega a adormecerte después de un tiempo braceando distraida y relajadamente.

Sobre el cielo, unas ligeras nubes deshechas, apenas velan el calor solar, haciéndolo aún más amable y benigno.

La tarde diseña un horizonte de media bruma, de líneas que encubren el límite de las aguas y se superponen en un pálido cromatismo, donde semiocultos los detenidos navíos esperan quizá volver a la vida y surcar los imposibles caminos del cielo infinito.

El aire se ha recluido en sí mismo. Hay una atmósfera estática, que deja intentar a la evaporación marina encaramarse sobre la ciudad, por la costa y bajo los montes en ensayo de dudosa neblina.

La luz se va reduciendo imperceptiblemente. Siempre asoma la blanca sorpresa de una vela que navega acariciando el agua.

Cuando el sol se retira va abandonando sobre el mar y el cielo un plateado azul del que surge un delirio violáceo, un rosa incomprensible y secreto.




© Acuario 2009

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