domingo, 28 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 28 Domingo


Sobre toda la nubosidad que ante él se interpone, penetrándola, su luz se extiende ampliamente. El sol traspasa las nubes que encuentra al alba, las trasfigura e ilumina y éstas dejan caer su azulada plata sobre casi toda la extensión de las aguas inmóviles y ausentes, un punto inaccesibles y lejanas. La bahía silenciosa se convierte en una refulgente lámina de reflejos ligeros y secretos, cuando se inicia la mañana.

Una ligera brisa de poniente comienza a llevar su animoso estímulo a la superficie marina, recobrando pulso y latido sus hoy densos verdes levemente metálicos e inasibles. La calle y la playa, deslumbrantes en la inmensidad de su vacío, se revisten de silencioso infinito. Asumo de buen humor vivir olvidando a éste que fuí ayer apenas, y puestos a iniciar mi paseo matinal, sin más lo inicio. El curso de las ideas encuentra la atónita dimensión de un cielo que intenta abrirse, blanco y azul, indiferente y cercano, mientras la distancia parece ir creciendo mientras ando entre las arenas y la playa, a lo largo del camino al pié del muro sobre el que se levanta el paseo marítimo.

Solitaria y feliz, libre como el viento, Piratilla sale a mi encuentro. En pocos instantes le organizo y resuelvo la intendencia, y tras darle unas pasadas a la capa de pelo con un trozo roto de cepillo de púas flexibles que escondo entre unas piedras, la dejo en su pequeño gran mundo. El paseo se anima, aunque el sol todavía no quiera pasear también él mismo.

Mas hacia el mediodía ya todo es luz, tibio calor, plena alegría. El poniente gana fuerza, las palmeras se cimbrean mientras el viento las peina. La eternidad hace refulgir ya desbordante todas las horas del día.

Soleada y lenta, detenida la tarde, llena de juegos de niños en la arena, de risas. Algún pescador lanza el sedal de su caña en la ribera, mientras en la ensenada entra el turbión ambar terroso del río que en ella desemboca ahora bien crecido.

Cae la noche, y también la lluvia. En la oscuridad de una paz oculta, cayendo pausadamente.

La lluvia llena las sombras con el rumor de sus gotas, mientras en la orilla le responde el rumor de las olas, que por fin el mar encuentra quien le entienda.



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sábado, 27 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 27 Sábado


En apacible porfía juegan el sol y las nubes en este amanecer bonancible y desidioso, sin viento. La mar extiende su glauco cromatismo de nuevo diáfano, sus mezclados azules, sobre los que palpitan como reflejos estremecidos los sutiles cremas y tenues amarillos de las horas del alba. En la orilla nadie, el mar monologa sólo con sus murmullos, dibujando fugaces y blancas espumas que hace y deshace continuo. Las palmeras aquietadas, inmóviles, atentas a la vida, que entre sus palmas se agita y entona sus incesantes trinos. La mañana no tiene prisa.

Entre las grandes butacas de mimbre de la terraza de un bar, cercano a la salida de mi edificio, soleándose oculta, está a la espera Vicky. La temperatura es plenamente primaveral, mientras los atrevidos gorriones pugnan con destreza entre las palomas por unas migas, que al bolsillo llevo para ellos del pan que sobra. Sobre las arenas hoy concurridas los más corren y algunos pasean. El camino está firme y seco, ha ganado tonos más claros, las intensas lluvias lo barrieron y acicalaron, dándole un renovado aire asilvestrado. Ofrece a todos su humildad y oculta magia, mientras la orilla va acompañándolo en su largo recorrido.

Asomada al agujero de la entrada de su cubículo Piratilla está a la espera de su desayuno. Me percibe aún estando todavía lejos, y acude con feliz ronroneo. Le repongo agua y sustento, y después de comer se duerme dentro de su guarida, a veces tan profundamente, que si a la vuelta la llamo sólo con algún ligero silbido, ya no me oye lo más mínimo.

Al mediodía comienza a soplar un decidido levante, que anima a los veleros que participan en una carrera a escasa distancia. Colocan dos boyas grandes, redondas, amarillas, a unos quinientos metros la una de la otra, y una docena de alegres velas encaran el viento de una boya a otra, en un número determinado de vueltas de tan singular recorrido. Las olas se crecen y levantan y alzan las quillas de los balandros, mientras en la orilla se alza el rumor de la rompiente ahora bien decidida.

Con la tarde la brisa decae y el mar se amansa, acude una nubosidad imprecisa y la luz se hace lenta y algo apagada. Frisando el crepúsculo se inicia una imperceptible llovizna, que llena de velos azules las distancias. Sobre el mar se abaten los grises que lo sobrevuelan, toma un aspecto sombrío y metálico, anunciando la noche que se acerca.

Las olas asoman blancas e insólitas en la oscuridad creciente. Algunas rompen alejadas de la orilla sobre los bajíos del fondo arenoso, continuamente removido por la mar inquieta.

Una tranquila expectación creciente en la noche callada aguarda y trasmina en silencio las palabras. Amable y secreta, tu sonrisa es luz en las sombras.



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viernes, 26 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 26 Viernes


No hay preguntas que le alcancen, que se le puedan hacer, su espléndido silencio es infinito. Supera con facilidad el leve horizonte y ya todo arde a su alrededor. Las escasas nubes que se atreven a rodearlo quedan atrapadas en su resplandeciente universo. Las aguas a su mirada se entregan, y él las reviste del fuego que desbordante lo transfigura. Mas el soberbio desafío del sol apenas dura hoy breves instantes, en pocos momentos se oculta tras la nubosidad que lo rodea. Pese a ello todo palpita y tremola en la incesante luz que extiende combativo siempre, sobre el cielo y el mar.

Hay que moverse hoy con prontitud, en dos zancadas me acerco a la oficina bancaria, gestiono dos asuntos, y es al volver a casa de nuevo para desayunar algo cuando veo a Vicky despistada por la temprana hora, que acude a mis silbidos. Detras de una moto aparcada sobre la acera, oculta y protegida, le dejo algo de comida.

La mañana está de nuevo abierta, soleada, en marcha, al bajar otra vez para efectuar algunas compras. La calle bien animada, y no hace falta abrigo. Cercano al muro que cierra la playa ha crecido abundante vegetación gracias a las copiosas lluvias caídas recientemente. Escondida entre ellas encuentro a Piratilla, al acecho vete a saber de qué. Aunque como cazadora realmente no tiene mucho éxito, ni las palomas le tienen miedo.

El camino extiende sus distancias, mientras el mar se ha hecho dulce azul detenido. Sobre el cielo las nubes imitan islas y archipiélagos. La calma ha trabado discreta amistad con el tiempo en tanto que el horizonte se baña en un insólito e irreal amarillo.

Más asuntos me llevan al interior de la urbe, a su casco antiguo, donde en pequeñas plazoletas los naranjos ofrecen su mágico azahar ya florecido. En las lindes de los caminos ajardinados de las plazuelas la humedad ha hecho crecer abundante el vivo verde del musgo. El mediodía tiene ese magistral y perfumado, atávico misterio de esa exquisita flor, blanca y única, que anuncia ya la primavera.

Ayer no lo hubo, pero hoy hay trabajo, la tarde viene bien ocupada. Cuando termino, el cielo y el mar en la bahía tienen el mismo color, blanquecino azul, ligeramente gris, el horizonte es imperceptible, desaparece y se esfuma mientras la luz va decayendo. No hay olas, inmóvil y quieta la mar parece soñar, también ella en secreto.

Está claro, la fuerza de tu palabra me acomete, leo su sonido y me traspasa su silencio. Afortunadamente la noche solícita me tiende su amistad y afecto.



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jueves, 25 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 25 Jueves


Incontenible, tras unos instantes todo es silente detonación. Todo es asombroso estallido de luz dorada, que ocupa la inmóvil superficie del mar, que irrumpe y desborda el tiempo aún somnoliento de la mañana. El sol presenta su alegría luminosa y el día comienza. Las aves no saben cómo expresar su asombro, la playa comienza a respirar, ensancha sus distancias, mientras la orilla ensimismada murmura. Las palmeras acrecientan sus sonrisas, entre ellas un ligero poniente se abandona. Todo se hace cercanía lejana.

Ponerse a la tarea, ir a las cosas, bajar a la calle, respirar la cotidiana novedad que se desenvuelve en estas primeras horas, apenas me cuesta. Sobre el camino el cielo comienza a extender suaves grises, pálidas nubes que el sol ilumina. Leves celestes llenos de fluida plata estremecen las aguas y dibujan aparentes ríos en la ensenada. La suave temperatura es agradable y amistosa.

Como la fauna felina está en orden y atendida, y la compra hecha, sólo me resta emplear algo de tiempo en revisar una electrónica, cambiar con el soldador la polaridad de un pequeño testigo luminoso, y así comprobar que, de todas todas, no funciona. No es nada importante, el sonido de la misma es perfecto, pero ellos también, los cacharros se emperifollan, y esto de la lucecita sobre el transformador es realmente innecesario, puro maquillaje de venta. Comprobado que está defectuosa, hago las inevitables gestiones para conseguir repuesto y sustituirla.

A todo esto el mediodía ha seguido desplegando lentamente toda una escena de nubes ligeras, tranquilas. Se inicia la tarde, y también una imperceptible llovizna. Una luz suave desciende, cálida, ingrávida. La calle se reviste de liviana humedad, la ciudad entera parece transmutarse, envolverse en una paz serena.

Con la sorpresa de algún error de agenda, mis tareas de hoy son escasas. Cuando vuelvo, las aguas de la bahía son ahora verdosas. Sobre ellas se desliza en ocultas oleadas una vespertina luz que ofrece una tonalidad amarillenta, que también llena la playa, que ilumina la vacía calle.

Un levante comedido principia a llevar ciertas olas a la orilla, mientras la noche acude, bajo un cielo entreabierto, por el que vuelan blancas y fugaces las gaviotas. La playa llena su silencio del mágico murmullo de la leve rompiente, que envuelve en su insistente enigma a los pescadores y sus cañas.

¿Dónde poner la reflexión última? Tengo en tí absolutas certezas, eres capaz de iluminar las sombras. Es lo que confío a la callada noche para que te lo entregue con silenciosa palabra.




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miércoles, 24 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 24 Miércoles



Sobre un horizonte con una ligera bruma, entre algunas nubes, aparece un sol crema, elegante, relajado y accesible, sereno. La superficie marina vibra con un tembloroso oleaje, la playa recorre todo su infinito interior en la más absoluta discrección, nadie ve nada, nadie puede observar su secreto camino, su oculto exilio, a su lado la orilla es una azarosa epopeya cotidiana llena de luz y de los murmullos incesantes del agua. El cielo despliega su bendición silenciosa, la mañana comienza.

Hoy toca arreglar el cableado de la señal de televisión y frecuencia modulada. Justo cuando voy a salir llegan los operarios a instalar nuevas conexiones, a disponer una nueva tirada de coaxial y colocar mejores conectores. Como todo esto lleva algo más de una hora, salgo a la calle con cierto retraso sobre lo habitual. Vicky está esperándome, con aire algo perplejo, pero no enfadada. Me hace sonreir la perspicaz inteligencia con que todo lo observa, nada se le escapa. Aunque ya era tarde, sabía que su desayuno no le faltaría. Me la encuentro haciendo cuentas, y tranquilamente repasando al sol, qué es lo que podría estar pasando, porqué tardaba.

Hoy no hace falta abrigo, todo sobra, una camisa es suficiente y todavía es invierno, creo. Hay muchos peatones, el paseo lleno de afluencia, ciclistas, corredores, patinadores. Andar entre un ligero poniente, húmedo y fresco, envuelto en la palpitante magnitud atlántica contenida en su aliento, comenzar a caminar al sol de febrero bajo ese suave viento oceánico, es una agradable manera de iniciar el día. Acompañado de todo el horizonte a mi derecha, mientras la ensenada va recuperando sus verdes diáfanos, sus infinitos azules y turquesas.

Con el mediodía algunas nubes llegan, y entre ellas, la luz solar cayendo sobre las aguas, forma inquietas, móviles y evanescentes islas burbujeantes de brillos y plateados reflejos. La playa extiende su tiempo detenido y eterno mientras la tarde comienza.

Vuelvo tras el obligado quehacer diario paseando por el parque. Un banco sólo, es un universo para las parejas que viven el pulso de la vida en ellas, mientras las sombras van surgiendo en medio de la vegetación silenciosa.

Sobre todos los abiertos espacios de la noche el cenit lo ocupa una creciente media luna. Las largas amuras iluminadas por una hilera de balizas de un carguero abandonando el puerto semejan un trozo de muelle, que desprendido de la rada buscara mar abierto, que se alejara con lentitud en medio de la oscuridad de las aguas. En la playa juegan los perros con sus amos, mientras algún chaval montado en los columpios se balancea.

En el firmamento despejado, vibrante e infinito, la celeste bóveda desvela todo un océano de misterio y sueños.



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martes, 23 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 23 Martes


Después de una madrugada lluviosa, con el continuo murmullo de gotas cayendo, el alba rompe en luz plena con la alegre y abierta exhibición luminosa de un sol completo de ilimitado esplendor. Húmedo todavía el amanecer, chorreando la calle y la playa, pero el calor único del astro rey va secando lentamente las esquinas y los aguazales. El día parece respirar un aire nuevo. El viento noroeste se desenvuelve con fresca agilidad, las primeras horas de la mañana comienzan desplegando una secreta dicha.

La fauna felina y aviar del barrio, la gata del fontanero y los gorriones y palomas viven en su pequeño mundo de felicidad sin horas ni tiempo, mientras paso a paso, me adentro sin preocupaciónes ni desvelos en la feliz rutina de los días. La maravilla iluminada de estas iniciales horas matutinas es inenarrable, el camino abierto e ingrávido, con todo el azul del firmamento ofreciéndose arriba, más que terrenal, parece aéreo, y antes que andar, parece se va en él levitando.

Hay animación, de nuevo afluyen, buscando sol y arena, algunos atrevidos bañistas, pescadores, paseantes, corredores. Piratilla a la espera, descansa en la tibia claridad al lado de la puerta de su guarida. En cuanto me ve se me acerca, zalamera, cariñosa, buscando una caricia. Mientras come, la orilla nos sumerge en su rumor de espumas y el horizonte se abre en admirable distancia. LLeno de destellos, vuelve a tornarse verde cristal ligeramente opalino el mar. Con su auténtico rostro de ancestral y mítico dios refulgente.

Caluroso llega a ser el mediodía, alguna nube aparece solitaria, sin saber a donde dirigirse, mientras el viento mece insistente las copas de las palmeras. En los muelles del puerto, atraca un buque totalmente repleto de contenedores. En escaso tiempo las enormes y horizontales gruas van sin descanso aliviándole de su carga de multiforme colorido.

La tarde abre todas sus horas sosegadamente, bajo la insistente luz solar que todo lo envuelve. Las terrazas se llenan, la gente presenta un aspecto adormecido, la ciudad vive sus ocupaciones sin prisa. Por el cielo siguen llegando enormes nimbos de blanco delirante, que pasean con eterna pausa la magia excelsa de sus ampulosas formas.

Cuando termino mis tareas, la dorada luz envuelve su adios en agradable brisa. Las ahora escasas nubes se cubren de malva y rosa. y el mar busca un azul profundo, cobalto oscuro en sus aguas. La playa está llena, pescadores, niños, paseantes, parejas.

Termina el día, se acerca la noche. Apenas nada transcurre de importancia. Pero sólo un instante lo es todo, sólo él existe, nada es el pasado, el futuro aún está a la espera.

Sólo el presente, aquí y ahora.



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lunes, 22 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 22 Lunes


Tras una madrugada lloviendo suavemente el cielo intenta abrirse al alba. Apenas un poco de azul entre cúmulos de nimbos rosados sobre las quietas aguas. El sol tambien él procura buscar su camino, pero hoy es sólo una roja moneda apenas perceptible sobre el cerrado horizonte . En breve comienza pausadamente a llover de nuevo, agua sobre agua, deslustrando con incontables gotas la verde ceniza de la superficie marina, volcando aún más húmeda soledad sobre una playa errática, aletargada, ensimismada en el silencio de una orilla sin apenas oleaje, enmudecida.

En sedas de bruma lejana se encubren todas las distancias, la mañana se muestra empañada, bajo una luz difuminada, débil e indecisa. Las palmeras brillan mostrando agradecidas un verde apoteósico y lleno de palpitación y vida. Un ligero poniente desmadeja sus cristalinos hilos de aire pasando invisible entre ellas.

No hace frío, reconoce mi desplegado paraguas. Casi es mejor caminar por la arena, con menos ocultos charcos, que ofrece una más seca extensión a la pisada, mientras me empapo de la magia de esta lluvia fina y delicada, aleteante y exquisita. Mientras camino, me voy inadvertidamente fusionando en el impreciso rumor de su diáfano silencio, admirando su celado y oculto murmullo al caer en la arena.

El horizonte desaparece amable y comedido mientras el cielo y el mar en el abrazo de la distante lluvia secretamente se besan.

Vuelvo ya con la compra hecha, alguna distraída gota cae, nadie apenas en el camino de vuelta. El aire hace flamear lentamente los jirones que han quedado, tras el invierno, de la bandera azul de la playa, a todos los vientos expuesta.

Con el mediodía todo cambia, las nubes se hacen a un lado, el firmamento se entrega en su casi completa totalidad a un sol impaciente, espléndido, que transforma de inmediato en turquesa las aguas, que derrama sus centelleantes reflejos en incesante cascada sobre la bahía. El poniente comienza a ganar alegría, a levantar olas y blancas espumas que recorren sesgadamente la ribera marina.

Principia la tarde volviendo de nuevo la nubosidad sobre la ciudad, y aún la lluvia, primero tímida, luego resuelta y decidida. Algún chaparrón cae también, de breve curso y recorrido, mientras estoy ya en el trabajo. A la salida todo ha cesado, el aire renovado y distinto, limpio, envuelve a las calles con su rostro benévolo y fresco.

La noche abierta, envuelve a la ciudad y al mar en su negro misterio. En su pulso infinito late toda la inabarcable inmensidad que incesante se expande, todo el espacio que se extiende y agranda impulsado por un desconocido destino.

Pero nada de eso saben las pícaras estrellas, que me sonríen desde su cómplice silencio.




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domingo, 21 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 21 Domingo


Desde la madrugada se viene oyendo el suave murmullo de la lluvia, el paso de los vehículos sobre el pavimento mojado, su húmedo salpicar abriéndose camino por encima de los charcos del asfalto. Cuando amanece el día, lo hace con pautada lentitud, con adormecida desidia. El firmamento cubierto por completo deja caer una luz ausente, la playa en completa soledad, bajo la suave llovizna, aún más solitaria parece. El mar ostenta un verde iluminado y amarillento, y gracias al ligero viento de levante, muestra un fuerte aspecto, un activo oleaje, que termina entregándose en la playa, descifrándose en la rompiente de la orilla con acompasado rumor, decidiendo la incesante arquitectura de las blancas espumas que van y vienen.

Apenas hay peatones en el paseo, bajo la luz remota y distante, esta mañana más bien fría, y empapada de extraña y suave cesación, respirando agua por todas partes. Sólo el vivo y voraz apetito de los gorriones, capaces de disputar las migas de pan que les ofrezco a las palomas y, bajo sus mismos picos, tirar y porfiar por las blancas migajas, y escapar con ellas hasta la copa de las palmeras, asombradas y divertidas viendo su habilidosa pelea.

El horizonte se sumerge en una dubitativa presencia, en una lejanía irresuelta y levemente brumosa. El camino está lleno en abundancia de su propio vacío, las pisadas sobre la arena se van dejando atrás. Todas las distancias se envuelven en borrosa latencia, mientras alguna gota olvidada cae sobre un tiempo que se extiende sin prisa. Parece que no fueran mis pasos sino el impreciso curso de las ideas quienes me llevaran adelante caminando en relajado ejercicio.

Como el agua caída no ha sido mucha, Piratilla no ha cambiado de refugio. En el suyo habitual me la encuentro esperando con su festiva y acostumbrada alegría. Mientras vuelvo, viene llegando el mediodía, y la tarde se inicia, llevada por la insistente brisa. Las olas se mecen inquietas, activas, resueltas.

Cercano al crepúsculo el sol va abriendo el firmamento, y una luz sedosa y cansada envuelve la ciudad, ilumina las ahora escasas nubes, y las llena de pinceladas de marfil y nácar. En la ensenada las aguas olvidan su interna agitación y respiran ahora con una paz tranquila y sosegada. Algunas cañas hay en la orilla emplazadas buscando lograr alguna pesca. Son pocos, pero varios niños en la playa juegan, mientras algunos perros pasean con sus amos por ella.

Lentamente el día acaba, demasiados afanes, demasiadas ideas, la noche viene con sólo una, ama y haz lo que quieras.



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sábado, 20 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 20 Sábado


Todo suyo, el horizonte y el alba, desde más allá del universo y del tiempo, todo aúreo estallido. Así comienza la mañana, entregada por completo al sol, su único dueño, portador y artífice de la luz y la vida. Las aguas de la bahía, sosegadas, apenas corre un soplo de brisa, se inundan del líquido oro que en palpitante reflejo llega hasta la quieta orilla. El cielo abierto muestra un absoluto y enigmático añil, diáfano, que parece poder tocarse y alcanzarse con la mano.

La vida muestra su rostro más amable en una calle animada, bajo la cálida luminosidad tibia de estas primeras horas del día. Vicky sigue felizmente perseguida por el ardor felino de su nuevo y tenaz compañero. La gata en parte asombrada, a medias satisfecha, pese a todo recelosa, aunque de la situación dueña.

Pero no me entretengo, he bajado relativamente tarde, y las ganas de andar me ponen en marcha. El sol o los soles lucen en los escasos aguazales que de las pasadas lluvias van quedado. Sus fangosas aguas se transmutan en ilimitado relampagueo de destellos. En los charcos un líquido azogue oculto ofrece su espejo, su magia singular y luminosa. Las arenas se han secado, su ocre muestra matices blanquecinos, mientras arriba y abajo los corredores pasan incesantes por el hoy concurrido camino.

Soleándose a la entrada de su guarida Piratilla espera su desayuno, en cuanto me vé viene hacia mi, con su rabito bien alto. Mientras los perros menean la cola como signo de amistad y reconocimiento, los gatos para indicar lo mismo ponen su cola vertical, derecha y quieta, bien visible.

Se inicia un ligero viento norte, fresco, cristalino. El mar vibra nuevamente con la inmensidad de su turquesa más vivo. El horizonte se extiende en interminable abrazo. Las palmeras llenas de verde y vida, se mecen ligeramente en la brisa. Aunque cien años viviera lo mismo, vivo asomado a la sorpresa del infinito.

Con el mediodía rola el viento a poniente, y el cielo se va haciendo levemente blanquecino. Una tenue nubosidad fina y extensa va ocupando todo el firmamento. En la playa aún templada los niños juegan en los columpios, mientras algunos jóvenes disputan un partido de rugby sobre la arena. En la mar dos docenas de pequeñas velas llevan sus blancas espumas de lona de un lado a otro compitiendo.

La tarde se hace ligeramente sombría, el celaje impreciso de nubes se despliega aún más denso. Se ve entrando en las aguas marinas, una larga lengua terrosa, el turbión amarillo y ámbar de los ahora crecidos rios que desembocan en la ensenada

El crepúsculo añade matices de color rosa al suave y pálido gris que envuelve a la ciudad. De improviso una luz azul desciende del cerrado firmamento, mientras las aguas se llenan de verde oscuro.

La noche se acerca dispuesta a dirimir en su silencio las humanas diferencias, las nimiedades que nos distraen y agitan. Para ser justa, hoy no trae ni luceros ni estrellas.

Sólo brilla la ciudad y sus luminarias, el puerto y sus balizas, construyendo la vida de los hombres en su destino de lucha con las sombras.



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viernes, 19 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 19 Viernes





Con precisa lentitud el alba se inicia. En aéreo desorden las nubes intentan ocupar la mañana, así como al desprevenido horizonte y también al irresuelto firmamento. Pero con minuciosa obstinación la luz del sol encuentra caminos, deshace los blandos obstáculos imprecisos, abre espacios y finalmente asalta y gana con su rotundo rayo las primeras horas aún dormidas del comienzo del día.

Sobre el mar, de nuevo turquesa y azul, islotes de iluminados reflejos burbujean y estallan silenciosos. Una ligeras olas, imperceptibles apenas, alcanzan tímidamente la orilla. La arena parece nueva, lavada por las lluvias y barrida de todas las pisadas. Va recuperando sus claros ocres, secándose al calor solar y al viento.

Un rostro inédito y distinto bajo el sol alegre tanto el paseo como las calles muestran. La limpia perspectiva de sus espacios luce magnífica como dadivosa herencia del agua abundante y renovadora recientemente caída. Vicky me espera a la puerta acompañada por un gatazo rubio que la sigue y persigue, cortejándola. Atrapada a medias entre el temor y el deseo huye de él mientras de reojo lo observa, ¿o lo cita?.

El viento norte, fresco y estimulante me acompaña.Todo el camino parece diferente, ha reinventado su trazado, la superficie aparece sin hollar, prístina, mientras las palomas se solean de un lado a otro en alegre rebusca. El infinito se ha hecho de nuevo amigo del horizonte, luce espléndido con toda su lejanía y diáfana distancia. El mar respira de nuevo líquidos cobaltos, y turquesas llenos de vida. La orilla, se ha tomado un descanso, sólo hay un leve reflujo casi sin olas, mientras cuadrillas de operarios van limpiándola de cañas y troncos, arrojados por la ciega furia de la pasadas tormentas.

La bahía se entrega a la luz completa del mediodía, las aguas se apoderan ávidas de toda la atronadora luminosidad que desciende del celeste rayo solar, que incesante se derrama sobre la superficie marina. Un pequeño carguero resiste abrumado flotando sobre la centelleante plata fundida.

Con la tarde el tiempo parece detenerse, sobre la ensenada algunas nubes vuelan al soplo del septentrión decidido. Al terminar el trabajo vuelvo caminando buscando calles protegidas del remolino de la ligera ventisca, del frío empuje del viento norte. Por la larga avenida del parque las secretas voces de vida de las plantas resuenan entre las incipientes sombras. La vegetación muestra una animada presencia, un aspecto agraciado y atractivo gracias al riego abundante de los días de argavieso, de aguacero y paraguas.

En el recodo del puerto, los ultimos rayos de un sol que transfigura en la calcina de su oro las escasas nubes ante él interpuestas. Una luna creciente y mínima en el cenit de la aún celeste boveda todo lo mira.

Todas las palabras han de callar abatidas frente a una noche fascinante y profunda, fría, infinita y negra, tachonada de estrellas, constelada de sueños, de luces de asteroides, de caminos que se alejan.

Mientras el mar se deleita en la orilla contándole a la playa, con su rumor de espumas, consejas perdidas, olvidadas y quiméricas fábulas de náyades y nereidas.




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jueves, 18 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 18 Jueves


El rojo disco solar, ojo de encendido carbón, escudriña al emerger del horizonte toda la superficie marina con su mirada de sangre y fuego. Pero toda su luz queda ahí, sólo mira por unos instantes. Luego se pierde detrás del firmamento que extiende una completa y densa lámina uniforme de nubosidad sobre el mar y la ciudad. Las nubes forman un sostenido, palido y satinado, paramento gris del que lentamente comienzan a caer unas primeras gotas de lluvia, fina, delicada y tímida. El mar inmóvil ha olvidado de nuevo sus azules y se reviste de ligeras sombras de plata oscurecida y antigua. La orilla silenciosa apenas gime, ha detenido su sordo lamento, su quedo suspiro, está callada.

No hace viento, se murmuran unas a otras las palmeras aliviadas. Una ligera y húmeda paz se diluye bajo la dócil luz tenue con la que comienza la mañana. La lluvia desciende sin prisa.

Al salir a la calle hay que buscar a Vicky, pero unos silbidos hacen que aparezca con aire resuelto, un tanto distraída. Resguardada de la llovizna por los amplios aleros que del edificio sobresalen, protegida gracias a unas motos aparcadas en la acera, allí juega a mirarlo todo oculta.

Bajo la salvaguarda de la negra copa del paraguas, pequeña noche oscura sin estrellas, con algún inevitable chapoteo y metedura de pata en agua, así voy haciendo paso a paso el habitual camino, el ahora embarrado sendero detrás de la playa. Las gotas de agua encubren con suavidad las distancias, hacen creer al horizonte que es cielo, nube o niebla, y el mar parece ocultarse en algún recodo perdido en la blanda lejanía imprecisa.

La precipitación es menuda, nada incómoda, el aire se envuelve de gozo invisible. Grácil e incierta, la luz se ha dormido y sueña.

Ni el mediodía, tampoco la tarde, nada cambian. La horas pasan, se respira insólita y beatífica una serena dicha.

Sólo al irme comienza un levante desganado a elevar sin entusiamo algunas olas en la bahía, a llevar a la orilla un rumor de sirenas y ondinas.

Cuando vuelvo al final de la tarde sólo alguna gota cayendo salpica el silencio en la calle con su húmeda resonancia oculta. En la orilla ya en sombras el mar rezonga, musita sus enigmáticas quejas.

La noche, sólo ella, sólo noche, inicia su vuelo de luz inversa.



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miércoles, 17 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 17 Miércoles de Ceniza



Una ligera llovizna es insuficiente para contener la ansiosa determinación de la mañana. Aunque la playa amanece espléndida en su agraciada soledad chorreando agua, pese a que las apaciguadas olas acallen su rumor de silenciosas y livianas espumas, bien que la brisa de poniente anuncie la presencia del alba.

Nada puede impedir la lenta pero obstinada claridad que inunda la calle, la playa. El día se anuncia con generosa luminosidad. Las nubes se van disolviendo en jirones brumosos, el mar se llena pausadamente con reflejos plateados de lentos azules. El horizonte recupera sus distancias.

Cuando salgo ya el sol escribe el preludio del día, hace gloriosos los humildes charcos, regala buen humor al kioskero, y se sienta en los bancos a ver pasar las horas de felicidad sin prisa. El camino se hace solo, la orilla regala su discreto murmullo, dibuja delicadas espumas de un blanco limpio, mientras las palmeras en la radiante simetría de sus palmas expresan su destino de verde alegoría de cifrado infinito.

Hasta Piratilla la gata aparece alegre, con la memoria reciente de ayer debe encontrar hoy redondo el día, soleado, acariciado por la tranquila brisa, sin otra ocupación que estirar las uñas. A mi vuelta, el paseo concurrido, está lleno de caras festivas.

Un mediodía que me lleva hasta la azotea del edificio, intentando ayudar a instalar una nueva antena de cuarto de onda, para la recepción de la frecuencia modulada. Tras la ciudad a mi espalda, todo el arco de montañas que la rodean y todos los montes, se ven envueltos en la dulce suavidad azulenca de la mínima bruma, que de la tierra el calor expele y aventa. Desde la elevada atalaya de mi perspectiva el mar muestra sus mejores cobaltos en la lejanía, cercano a la orilla es de un ámbar verde que quiere ser azul opalescente.

La tarde recupera la plena dimensión de sus horas abiertas, bajo una atmósfera transmutada en materia evanescente y cálida. Hay un ambiente distendido, en las calles un tráfico de vehículos conducidos sin impaciencia.

Con el crepúsculo en ciernes termino mis ocupaciones, en la playa las arenas se han secado, tomando un color ligero, más liviano y claro. Los barcos anclados en la bahía, dos pequeños cargueros, han aproado señalando el poniente tibio lleno de los últimos sueños del día.

La noche comienza, adorna su bóveda con la primera estrella, mientras al postrero y profundo azul en sombras lo va tiñiendo de denso azabache que palpita.




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martes, 16 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 16 Martes


Ha cesado el viento, poco a poco la mañana parece recuperarse de la embestida aérea que ayer ocupó todas sus horas. Sobre el cielo las nubes han tomado un matiz más relajado, un tono menos sombrío. La bahía presenta un color de tierra rojiza, desmembrada, errática. Las torrenteras siguen desaguando, las aguas marinas se ahogan en la telúrica sangre, que arrastran los crecidos regatos, las copiosas avenidas, que se derrama aún por las abiertas heridas y erosiones de la pasada tormenta. Lindando al horizonte, de nuevo sobrevenido, el mar asoma indeciso su vocación de azul lejano e indefenso.

Sin demora, - parece venir un ligero frente de lluvia - , me pongo en marcha, eludiendo los charcos. Humildes espejos donde navegan los estremecimientos de las primeras gotas cayendo. Conmigo toda la soledad abierta del camino, pletórico de húmedas arenas. Me acompaña todo su silencio inacabable y dormido.

Encuentro a Piratilla al resguardo en otro agujero del muro, ciego canalón seco, por el que nunca la lluvia vacía su enojo y su exigencia. Come con buen apetito mientras el paraguas nos protege a los dos del comienzo de una ligera llovizna. En la orilla las olas se van deteniendo, cansadas, exhaustas, su rumor se apaga desarticulado, impreciso.

Pero lentamente las nubes comienzan a disolverse, se abre su difusa ceniza. Recupera sus antiguos dominios el sol y las aguas reciben la alegría de sus centelleantes reflejos. Un suave poniente trae el clamor jubiloso de la luz escribiendo el mediodía.

Aunque todavía algunas escasas nubes se aferran con su presencia, la tarde respira el abierto alivio del firmamento bañado de luz solar, de tibio calor adormecido.

Al salir del trabajo, el cielo de nuevo cubierto deja caer algunas gotas traviesas. Pero sólo es un amago, una ligera y errática, discontinua broma chispeando apenas nada, cuando quiere. En la bahía las aguas ya tranquilas han resuelto su color terroso y ostentan un verde amarillento, no exento de belleza.

El crepúsculo desciende imperceptible, lento y callado. Todo se va haciendo suave sombra, ligeramente azul, blando gris oscureciéndose.

Sobre el mar las luces de dos cargueros anclados fuera del puerto, mientras en la distancia se alejan y se pierden, espectrales y difusas, los últimas señales de luz de un crucero, sus iluminados camarotes, sus balizas.




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lunes, 15 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 15 Lunes


Toda la noche la lluvia golpeando los cristales, el huracán silbando, llevando de un lado a otro sus siseos y sus incesantes lamentos en atormentada lucha contra todo, las palmeras malheridas y zarandeadas ante la fuerza de su aluvión de ciega desesperación inútil. La aturdida madrugada en sombras, con todo el fragor de la rompiente rugiendo en la orilla. La mayor tormenta del invierno ha llegado.

Torpemente amanece, bajo una luz gris y débil, indecisa e inútil. El mar totalmente hirviendo de enojo, con un turbio y terroso verde, sucio de amarillentas espumas, asaltando decidido la indefensa arena, llevando su amenaza hasta límites nunca alcanzados en la playa, mientras la persistente tromba atrapa y cierra en redes cenizas todas las distancias, en tanto que el horizonte huye abrumado y enloquecido. El vendaval todo lo empuja, todo lo golpea, todo lo injuria.

Aprovecho para salir una medio tregua, casi sin poder abrir el paraguas debido al ventarrón, bajo una irregular llovizna. Agua por todos lados, charcos, humedad, lluvia, salitre que avanza en miles de gotas mínimas suspendidas como fina niebla debido al batallar de las olas en la rompiente clamorosa. El camino apenas transitado, mientras la bufanda varias veces casi se me vuela. He de confesarlo, disfruto con esta salvajada de día, ni yo entiendo porqué me gusta este desastre y cataclismo. Las gafas se me llenan de sal, la arena revolotea, las palmeras no saben donde esconderse, la bahía en torpe ebullición de olas y espumas. Pero Piratilla sale de su habitáculo y se pone a comer tan tranquila, no es la primera tormenta que ha visto, incluso alguna hubo que
logró llevar hasta casi su escondrijo las aguas marinas descalabradas y oscuras.

Con el mediodía la precipitación y catarata desde el negro cielo se reanuda, apenas hay visibilidad bajo la cortina de agua. Todo es uno y gris, mar y diluvio, no hay horizonte, sólo las gaviotas planean indiferentes a todo, mientras se deslizan en las corrientes de aire en danzas asombrosas que las elevan, o de izquierda a derecha de un lado a otro con ellas juegan.

Acudir al trabajo tiene algo de huida. Aún lleno de ocupaciones, en las tareas obtengo un benévolo oasis pacífico y tranquilo. Cuando termino la tarde presenta el mismo lamentable aspecto de frío, chubasco y grisura. Desde la atalaya de mi perspectiva ya en casa, tras los cristales continuamente zaheridos por la lluvia, veo un mar cansado y agobiado, ansioso, desesperado, todo dolor y furia. El levante sopla, vengativo, ciego, demencial. Un campo de batalla abandonado, solitario, húmedo, oscuro es ahora la playa.

La noche llega, ocultando todo el espectáculo de adversidad de la bahía, sólo las espumas aparecen y reaparecen luchando fieramente por no ahogarse en la orilla.




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domingo, 14 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 14 Domingo


No encuentra la palanca necesaria para abrir las nubes, el sol apenas consigue zarpear escasos destellos de escondidos rojos sobre el horizonte, pero se desquita de inmediato dejando caer sobre toda la cerrada atmósfera que cubre la ciudad y la bahía un extraño rosa ceniza, que ilumina con su singular luz las calles vacías, la playa, en estas primeras horas frías y desnudas de la mañana.

Nadie, la más absoluta y magnífica soledad es la única compañía para una playa mortecina y desorientada, para un mar que se queja y gime arrojando incesantes olas, mientras conmovida, en lucha consigo misma, se contrae y palpita incesante la enconada y turbia lámina gris verdosa de sus aguas. Una difusa amenaza de lluvia pende bajo la apagada luz del día.

El fuerte levante sisea, ulula, silba. Cuando salgo hace falta arremeter contra el viento con decisión y ganas, la calle es todo un invisible y desatado torrente aéreo del caudaloso río de incuestionable victoria, que el vendaval inflinge sobre la ciudad arrebujada y escondida.

Apenas concurrido, el paseo expresa con su desierta ausencia una lastimera desgana. Hay que andar con determinación y ganas, empero la sensación de frío empuja a moverse vivamente. Las palmeras zarandeadas, cabecean.

Cuando se vive en una gruta literalmente, ya puede haber tormenta a la puerta. Nada más llego a la suya, Piratilla asoma feliz ante la pitanza que apenas he podido aún disponerle. El horizonte a nuestra espalda lucha por permanecer en su sitio, mientras en la orilla el fragor de la rompiente va y viene. Aprovechando el ventarrón algunos en la bahía practican el kitesurf, ( perdóname academia, no hay otra palabra ). De un lado a otro vuelan sus alocadas y felices cometas. También al aire del infinito se eleva en el corazón el secreto y generoso léxico de tu amistad abierta.

Ni el mediodía ni la tarde cambian nada del torvo aspecto del día. Las horas vespertinas se instalan indecisas en su oculta dimensión temporal, de lento infinito y dulce somnolencia. El mar tiene un aspecto distinto, oceánico y cruel, de un verde cada vez más agresivo y firme, mientras la luz se repliega en sí misma, y va desapareciendo diluida en el preludio de la noche que llega.

Al final, un azul fosforescente y sombrío desciende de la bóveda de nubes y llena con su luz fantasmagórica las aguas de la bahía. Ha cedido algo el viento, el horizonte resiste en su lugar todavía.

No hay otras luces que las de la ciudad encogida de frío, pero inasible al desaliento, dispuesta a asumir su destino en la humana historia de cada día.




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sábado, 13 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 13 Sábado



La primera luz de la mañana es un sedoso gris azulado lento y débil, bañado en el leve murmullo de la incesante y relajada llovizna que vino con la oscura madrugada. El mar cargado de oleaje, con una, sin embargo, tranquila fuerza remueve las arenas, rompe en la orilla sus espumas, agita su sombra verde ceniza. Como un animal vivo, su resuello se extiende por la húmeda soledad de la playa vacía. El viento desde el este, levante, respetuoso y enigmático, cimbrea decidido pero sin estrépito las copas de las palmeras bendecidas por la lluvia.

De improviso el techo de nubes completas que hoy ocupa el firmamento se inunda de una claridad amarilla. La escena del día es otra, cambia, bajo esa luz cremosa, cálida y nueva, silenciosa, distinta. También tu amistad ha cambiado mi vida. Pero nadie lo advierte, la desolación de la calle, del paseo, de la playa es completa. Nadie toma en sus manos la callada ofrenda de esa magia de tenue amarillo nácar.

La lluvia es tolerable, llevadera, un paraguas basta para disfrutar de un excelente paseo a primera hora. El apetito de la fauna felina y aviar es excelente. El ámbito animal que habita en los dominios de la isla de mi venturoso naufragio respira en la serena alegría de estar vivo. El horizonte muestra su lado más humano y melancólico, bañado de leve bruma, indeciso entre ser nube o agua. El aliento marino, fresco, todo lo inunda. La longitud del camino no tiene prisa.

Hay animada concurrencia de personas aprovisionándose este sábado, abasteciéndose, a la hora cuando llego, un poco más tarde de lo habitual a hacer una compra. Mi bufanda agitándose al aire a la vuelta, tiene ganas de jugar a oriflama, banderola o gallardete de señales navieras. La suavidad del día, la tranquila ausencia de peatones, la inacabable línea de la perspectiva del camino volviendo bajo la leve y ligera lluvia, me parece un trocito de infinito que el tiempo me brinda.

El mediodía y la tarde han unido su luz, su imagen, su sonrisa. Sólo al final, cercano al crepúsculo, se va abriendo el cielo, mostrando un sueño de pálido azul dormido. La mar se mueve dentro de una serenidad tranquila, sus olas al fin descansan de sí mismas. En la ribera las cañas de los pescadores señalan a las iniciales estrellas.

Ha cesado el viento, la noche abre su infinito en silencio, no hay luna. La atmósfera fría y por completo limpia, gracias a la reciente lluvia, es un invisible cristal que deja alcanzar y tocar uno a uno los brillantes luceros.

Espléndidos refulgen y asoman, sencillos y tiernos,.............. ¡ también ellos pidiendo una caricia !.



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viernes, 12 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 12 Viernes


En suave distensión sosegada, el horizonte sostiene el lento y rojizo marfil luminoso del alba. Algunas nubes se dibujan frente el sol con la pretenciosa ambición de conquistar su fuego, mientras sobre las apaciguadas aguas espejean todos los ensueños de la mañana.

En el silencio de la orilla, sólo el enmudecido reflujo de la mar apagada. Mi silencio también tuyo, espera.

He de iniciar el día, con sólo medio sol hay una atmósfera entibiada, que el entrometido viento norte diluye mientras recorre los vericuetos de las calles, los ámbitos por los que anda. Para caminar, sin embargo, estimula su compañía, fresca, animada. Sobre el cielo se despliega lentamente un blanco rebaño de blancos y pequeños nimbos, tímidos y distraidos. Bajo su blando cristal ausente todo respira hacia otras distancias, todo tiene una presencia de luz detenida y templada. El mar abraza en su corazón turquesa olas leves de líquida crema.

Al final, bajo el atrevido asedio de las palomas, Piratilla decide olvidarlas. Come tranquila, mientras nos rodean las aves con sus arrullos y zureos, pidiendo ellas también unas migas. Como no puedo entretenerme, la compra espera, le guardo dentro de su escondrijo la comida, mientras toda la lejanía palidece indecisa, bajo la claridad velada de la media mañana.

Con el mediodía, la nubosidad ha tomado más dimensión, ha ganado líneas grises, el mar retoma una ceniza verde en sus aguas. El viento ha rolado a ligero levante, comenzando a mover olas inquietas.

Mientras pasa la tarde, comienza la lluvia, absorto en mis tareas sólo al salir tropiezo con ella. Hay que evitar caminar cerca de los abundantes charcos que se han formado en las calles, en las avenidas del tráfico, cada coche que viene corriendo es un planeador acuático obsequiando generosas salpicaduras. Indiferentes en su estáticas alas, pasan sobrevolándolo todo las gaviotas.

Las gotas de agua festivas e inquietas, todo lo transforman. De un sitio a otro bullen y escriben fugaces círculos de vida. La ciudad recibe agradecida su unción ancestral y húmeda, aunque siempre alguien rezonga y protesta. Cuando estoy entrando en el zaguán del edificio viene a mi encuentro Vicky, zalamera, por fortuna algo me encuentro en los bolsillos para ella de merienda.

En la playa, bajo su paraguas, un único pescador vigila dos cañas en la orilla. Las olas se han vestido de espumas, baten con resolución la ribera, irrumpen en la arena, mientras la noche viene llegando, en el misterio de sus sombras envuelta.




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jueves, 11 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 11 Jueves


Volando con alas de frío y transparencia el viento norte acude sin tardanza, alegremente, a unir su vuelo al del multiforme y extenso grupo de gaviotas, que en confusa bandada gira y evoluciona en el misterio de silencio y luz del alba, sobre la bahía, mientras el sol sobre el horizonte trasforma en asombro luminoso las escasas nubes que lo esperan. Trémula confusión viva y móvil al soplo de la brisa palpita sobre las turquesas aguas, entre las que aún pleitea de un lado a otro el inquieto y sombrío azul, olvidado por la noche en la madrugada. La orilla es el refugio mínimo del infinito, con alguna imprecisa y oculta ola que apenas troquela un leve friso de blancas espumas.

Hace dos días que no encuentro a Vicky, y decido cuando salgo dar una vuelta al edificio, al final acude a mis silbidos con un aire despistadillo. Al parecer le ha caído simpática al carnicero, y éste cuando se le planta pedigüeña en la puerta le tira alguna piltrafa de lo que fileteando recorta. Pero para no despreciar o por pura glotonería también le hace cumplidas fiestas a lo que le ofrezco. Comiéndolo se queda mientras inicio mi paseo, bajo la amable y cálida luz de la mañana.

El camino mantiene fresca aún la presencia de la reciente humedad nocturna. Las palomas zurean entre ellas, mientras rebuscan entre las isletas de cesped, mientras esperan en grupos bajo los aleros de los chiringuitos, tomando el tibio calor matinal. Si le arrojo migajas de pan a una, ya vienen todas decididas y animosas. Los valientes gorriónes arrostran con rápida habilidad su enfado cuando les hurtan algunas migas. La solución es sencilla, un puñado de ellas lo tiro aparte bien lejos, y allá que van los diminutos pardales a por las miguitas.

El cielo comienza a llenarse de pequeños y blancos nimbos que todo lo curiosean sin prisa. El horizonte no encuentra límites ante los que detenerse nunca. Las filas de palmeras se mecen con el ligero septentrión que en esta soleada mañana ofrece un agradable contraste con su fresco estímulo lleno de vida.

Con el mediodía el cielo se rinde a la clamorosa victoria del sol, las aguas centellean, todo el que pasa y puede, se para y se sienta en los bancos, y de todo al calor se olvida. Las arenas también se han tendido en feliz abandono y se adormecen bajo el caluroso silencio iluminado que todo lo domina.

La actividad hoy en el trabajo ha sido intensa, el paseo sin prisa de vuelta me relaja. La luz declina en doradas distancias las ultimas horas de la tarde, entra en las largas avenidas del parque, y hace descomunales y alargadas las sombras. El puerto siempre tiene un aire ausente, con sus inmóviles aguas cargadas de indolencia, que el sol colma de líquido oro antes de alejarse, Helios redivivo, en su carro de eterno fuego.

La noche es abierta, fría de narices. Pero las estrellas ni se lo piensan, en alegre reunión traviesa, unas a otras bajo cómplices guiños, ocultos mensajes se envían. La ciudad bajo ellas, con asombrada atención las observa. La mar tiene una larga sonrisa de blancas espumas en la orilla.



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miércoles, 10 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 10 Miércoles


Sólo unas pocas harapientas nubes frente al sol naciente, que generoso las llena de fuego y de iluminado naranja. Viento norte, sobrevolando y acariciando la celeste plata azulada de los reflejos en la superficie marina, entremezclados con móviles y pujantes, inquietos cobaltos oscuros.

Es brisa ligera y fresca, que va abriendo una mañana expectante y nueva mientras entra silencioso en el puerto el barco de pasaje, blanco como una gaviota, que hace diariamente su navegación a África. Hay una felicidad callada y agradecida en las palmeras, pletóricas de trinos y silbos de pájaros. En la orilla tendido durmiendo todavía un mar de ligeras espumas y apenas olas.

Pero la mañana va teniendo frío y se pone encima la camiseta corta de una nubosidad, de un insuficiente tejido de nubes, que al no llegar a cerrarse por completo hasta la línea del horizonte, queda allí un radiante resquicio por donde asoma única la luz de estas primeras horas.

Cuando piso la calle, se siente venir desde tierra, desde el noroeste un aire húmedo de lluvia, pero no caen aún gotas, salvo alguna impaciente y mínima. Pienso que encontraré tiempo si no me demoro, y tomo decidido hoy el camino, con vivo y animado paso. El día y yo estamos dispuestos a ser pacientes con el aguacero si nos alcanza.

Sin llamarla, no hace falta, sale de su escondrijo en cuanto llego, algún extraño radar o privilegiado olfato u oido avisa a Piratilla de la hora de su comida. A la vuelta, siempre parece más largo el vacío camino ausente de peatones, mientras a su lado el mar con el leve rumor cadencioso de sus olas parece querer hacerle compañía.

El mediodía se ha detenido indeciso. Ni sol ni lluvia. Una claridad giróvaga todo lo envuelve en blandos espacios, en luz estática y lenta. En la calle poco a poco va señalándose sobre el pavimento el inicial sombreado de las primeras gotas.

Y así toda la tarde asoma y se retira una ligera llovizna. Cuando vuelvo del trabajo, de vez en cuando cae alguna gota distraida y solitaria que me saluda con su pequeña sorpresa fresca sobre la piel, mientras paso bajo la densa atalaya de los árboles del parque. Los mirlos han proliferado felices al suprimirse espacios de césped en la remodelación última, y plantarse vegetación baja en abundancia. Ocultos y protegidos en ella, hozan y rebuscan su sustento entre la húmeda tierra El cielo se abandona lentamente al cansancio de las sombras.

La noche es fría, el viento norte ha incrementado su fuerza, pero por la calle, con relajado paso, una enamorada pareja ilumina con su amor la oscuridad que les circunda.



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martes, 9 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 9 Martes


El techo cubierto de nubes del amanecer deja un amplio y alargado resquicio sobre el horizonte, que el sol naciente utiliza para iluminar ampliamente por debajo las nubes de un extenso naranja. Desde las así iluminadas nubes desciende reflejada la anaranjada luz sobre las aguas, en algo más de la mitad de la bahía. Un extraño marrón rojizo puede admirarse entonces en la superficie marina, al mezclarse el naranja con el azul dormido de la mar, aún detenida en suave molicie matutina.

Pero como es habitual con estos cromatismos de la aurora, todo dura tanto como un pastel a la puerta de un colegio. El mar recupera por completo sus plateados cobaltos, y la brisa del norte acude tranquila, fresca y estimulante. La mezcla de sol y nubes cada vez más escasas resuelven finalmente una luz amarilla y líquida.

Cuando salgo a primera hora a la calle, el hábito andariego me absorbe apenas me pongo en marcha, soy totalmente pedestre maquinaria. Afortunadamente hoy no dispongo de charcos en los que equivocadamente meter la pata, ni cantos de traviesas sirenas que juegen con mis oidos. Vamos, que el camino me llama, con la sinceridad de su abierta luz despejada, adormecida por el blanco murmurar del mar en la orilla, que con indolencia la engalana de leves espumas. Y así, al aire de mi media sonrisa, y todo el horizonte la suya, la blanca mañana azul también se sonríe conmigo.

El mediodía es todo sol, pleno cielo, mar abierto, iluminado con miles de reflejos.

Cuando la tarde comienza, unas nubes nerviosas, ampulosas, blancas, sobrevuelan rápidas e inquietas. Pero no se anuncia lluvia, el suave calor de la tarde no se detiene ni altera.

Al terminar mis tareas me vengo caminando, el frescor ligero de estas últimas horas vespertinas invita a ello. Sobre las viejas murallas del castillo, que ascienden penosamente hasta la cumbre que domina la ciudad, el sol derrama el desenlace de su última mirada, su epilogo de cansado oro. Algunos nimbos sobrevuelan ligeros y pequeños hechizados con un tierno deliro rosa, mientras el firmamento va ganando un profundo azul.

La noche recupera todos sus caminos, abre todos sus espacios, el mar se entrega a ella. La indescifrable distancia llena de melancolía oculta las mínimas luces que en el horizonte se divisan.

Las estrellas se ocultan, ¿ jugando ?, mientras algunas nubes pasan.

La orilla recibe con agrado la compañía de algunos pescadores con sus cañas, mientras en el paseo, peatones, bicicletas, niños, también sin que lo sepan eran, fueron, son estelar materia, polvo de estrellas.



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lunes, 8 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 8 Lunes


Es tan apagada la lluvia que no alcanzo a percibir su sonido hasta pasado un rato tras despertarme. Todavía el júbilo del alba no acude con su luminosa libertad, la calle vacía, llena de sombras y agua. Un río de luces dibujando un silencioso laberinto afluye en sus vehículos sobre las avenidas asfaltadas para horadar al tiempo.

En la nocturna opacidad del mar, el oculto horizonte sólo es una excusa, mientras disuelve en su abrazo la única esperanza de la luz de una barca, asediada por la lejanía de sus últimas distancias.

Bajo las sedosas nubes en la naciente aurora, ¡ es tan sencilla su luz blanda y difusa !. Una paz luminosa y pensativa, que sabe escuchar sonriente el balbuceo del mar en la orilla, leve y húmedo, tierno, en calma.

Me deshago de mis ideas, y buscando aspirar el aroma de la lluvia abro una ventana. Desde algún lugar me llega el saludo del canto de una avecilla, vibrante cristal sonoro. Refulge lleno de espléndida vida quebrando de súbito el silencio. Su leve y argentino rayo, limpio torrente de arpegios disuelve mágicamente mi nostalgia.

Ungido con ese acorde de armonía consigo articular mi confuso organigrama mental. Pertrechado del inevitable paraguas, salgo a respirar la serena y húmeda mañana. El camino pletórico de charcos me invita a equivocarme y jugar metiéndome en todos los que no veo. Hoy toca chapoteo. Algunas palomas acuden buscando unas migas.

La soledad del camino parece expandirlo, hacerlo más grande e infinito. La mar en calma y las nubes en inmóvil sueño comparten un filosófico y delicado gris.

Al mediodía la escasa lluvia progresivamente cesa. Con delicada suavidad el sol comienza a llevar su luz sobre la ciudad y la playa. Hay un leve poniente apenas. La enredadera de la brisa transita inadvertida entre las palmeras que descansan.

Con el inicio de la tarde se abren definitivamente los cielos. Todo a solearse comienza y el tiempo a regalar sus horas mejores, dilatadas, interminables y extensas. A la vuelta del trabajo vengo caminando bajo la arboleda del parque. Tras algunas nubes extraviadas el sol se despide diciendo adios con una abundante aureola de rayos dorados. El puerto sueña ser un inmenso estanque de oro.

La noche encuentra de nuevo su camino, su espacio, su dimensión única. El limpio vacío la ilumina serenamente.




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domingo, 7 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 7 Domingo


A giro de cabeza desde la almohada, nada más despertar, tengo el horizonte en lontananza. Es hoy tan sobrecogedor el espectáculo que me hace levantar de la cama, para ver el amanecer en su completa dimensión tras el ventanal desde donde escribo.

El cielo es una gradación de azul, desde el profundo y oscuro al oeste, al progresivamente más claro celeste por levante. Justo sobre el horizonte llega a ser amarillo, naranja y rojo, pero antes decide tomar caprichosos turquesas y sorprendentes matices de pálido verde.

Bajo este cielo así dispuesto, hay unas incompletas y caprichosas nubes delgadas, -celaje entreabierto y leve-, que recibe los colores del sol todavía oculto bajo la linea del horizonte. Nubes que toman del astro solar, aún sin nacer, sus rojos densos, que paulatinamente se van transformando en rosados y malvas.

Pero con ser todo esto en el cielo sorprendente, en el espejo de las aguas levemente inquietas de la bahía, los colores, todos los del cielo allí reflejados, palpitan con increible vida. El celeste plateado en las aguas todo lo domina, pero en la magia del leve movimiento de las casi inexistentes olas, las aguas bullen de matices rojos, malvas, rosas, naranjas, púrpuras.

La luna se ha quedado a contemplarlo todo tras un sutil velo de nubosidad en el cenit del firmamento, sólo se ha traído su mitad, apenas media luna, es nada más una raja de melón. En el espigón de levante un crucero dormita, lleno de luces, esperando el día. Las gaviotas sobrevuelan bien alto, de vez en cuando gritan con lamento sincopado, repetido con progresivo intervalo.

El espectaculo es grandioso, sobrecogedor, inhumano casi. Ignorado por la soledad de las arenas. Nadie lo ve, nadie lo admira. Los corredores no caen abrumados ante su belleza. Atrapados en su red de endorfinas, corren sin mirar a nada. Entre tanto una ancestral sabiduría esconden las palmeras en su silencio, mientras bajo sus palmas rebullen las aves y cantan saludando a la vida.

Cuando salgo ya es media mañana casi, hay un sol ligeramente velado que ofrenda una tibia suavidad a los peatones, escasos todavía. El paseo tiene esa dulzura de luz que quiere anunciar ya una oculta y cercana primavera. El mar se despereza y , por compromiso y para que no se diga, concede algunas olas que rezongan bajito en la orilla.

Dos gatas felices, y un paseante relajado, es lo que encuentra la hora del Ángelus, el mediodía. Alguna vela recorre, lenta como una caricia, los mitigados destellos del sol sobre la superficie marina, mientras el crucero en el puerto está anunciando su partida con largos y repetidos bramidos de su sirena. El último,-más prolongado-, en la bocana, diciendo adiós a la ciudad, mientras enfila mar abierto mayestático y sin prisa.

La tarde poco a poco se cubre de nubes, delgadas, revueltas, una claridad crema lo va envolviendo todo amablemente. Las horas pasan, con parsimonia adormecida.

Al llegar el crepúsculo los cielos resucitan. El suave gris azulenco del final de la tarde se comienza a transmutar en aéreos campos amarillos al oeste, que progresivamente se tornan violáceos y rosas. Las quietas aguas cercanas al puerto, -la mitad casi de la bahía-, de forma asombrosa e irreal, se transforman en un mar fucsia. Al final, -tan sólo breves momentos dura todo-, el rojo sol al despedirse trastoca la superficie marina en líquida púrpura.

Noche que comienza, en calma, y ya dormida. Sólo las luces de la ciudad y de la dársena acompañan sus sueños, su camino y su vida.


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sábado, 6 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 6 Sábado

Viento norte, frío y cristalino. Encaramada en el amanecer, dueña de todo el vacío del cielo ya azuleando, una media luna perfecta aguarda conmigo el inicio del día. Vuela sonoro y musical en el aún oscuro silencio el silbo del solitario mirlo. El horizonte comienza a incendiarse por el confín de las aguas. Sobre la quieta superficie de la bahía se van desvaneciendo los últimos matices de líquida púrpura, y el mar se reviste de reflejos de celeste plata y oscuros cobaltos que vibran levemente estremecidos por el soplo de la brisa. La arena callada, adormecida por el murmullo de las escasas olas ínfimas.

Desde la atalaya de su limpia y sencilla percepción animal, las aves ensalzan con sus humildes trinos, admiradas, la magnificencia de la vida, del nuevo día. Bajo las palmeras, los gorriones no cesan de hacer sus dicharacheros comentarios, y los mirlos se silban unos a otros los musicales pasajes que se inventan, entretenidos alegremente en repetirlos o variarlos, una y otra vez,

Me pongo pronto en marcha, el sutil aire matinal recibe a los escasos peatones tempraneros. El camino aún no se ha despertado de su letargo nocturno, sus arenas se desperdigan todavía húmedas del rocío de la alborada, pese al oblicuo sol que comienza a iluminarlas. Piratilla me espera tomándolo a la puerta de su cobijo. Se zampa con buen apetito una buena ración y le dejo el resto, oculto dentro de su refugio. El cielo y el mar compiten por el mejor azul y más limpio.

Hacia el mediodía lleno de sol y rebosante de luz, - el invierno ya comienza a olvidarse -, me pongo en marcha con el vehículo hacia un pueblo costero aledaño. Desde la distancia se contemplan los montes que cierran la bahía por el este. Detrás de ellos la sierra última de la provincia en su linde final. Está totalmente blanca de nieve, en contraste con el suave calor aquí de la mitad del día. El mar a sus pies con su palpitante azul ha venido a admirarla.

Tras la reunión familiar, la tarde y yo sesteamos, ya en casa de nuevo. Las lentas horas detenidas, vacías, soleadas, quietas, concluyen en un crepúsculo abierto e infinito. El cielo sin una sola nube, - así ha sido todo el día -, sobre el horizonte, en el este, el firmamento ostenta una bella luminosidad violeta y anaranjada en la direción opuesta. Las aguas juegan con todos los colores del firmamento sobre sus mínimas olas. Los vencejos van y vienen volando, una y otra vez, desde los aleros del edificio. En los columpios y toboganes instalados en la playa los chavalillos juegan, mientras sus progenitores se toman un respiro en su atareado oficio de padres. Bajo el cielo progresivamente decidido a ser cada vez más violeta palpita, vuela, vive y juega un pequeño mundo, alegre, dichoso y feliz.

A la noche le gustan estos días, que le permiten mostrar todo su esplendor y belleza. La ciudad se enjoya de luces, porque sabe secretamente que no puede competir con ella. Por ambos lados de la ensenada enciende uno tras otro, sus destellos, los iluminados brillos de sus farolas. En medio de la bahía, solitario y definitivo, pletórico de balizas, continúa anclado el enorme carguero que, - podríamos decirlo así-, la habita desde hace ya tiempo, soportando temporales y ventiscas. Sobre él, la primera estrella ha venido a observarlo curiosa.




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viernes, 5 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 5 Viernes


Ando hoy un tanto trastocado y el día no hace otra cosa que tirarme de la manga. ¡ Que me mires ! Y así pasa que apenas atiendo, tonto de mí, a la belleza del mar al alba, ostentando a un lado de la bahía una ancha franja de senatorial púrpura sobre las tranquilas aguas. El azul del mar y la roja aurora, que se bañan juntos y desnudos en mitad de la ensenada, llenando de su púrpura abrazo la superficie marina.

Mas para porfiar y llevar la contra, en la otra mitad, la bahía opta alegremente por revestirse de una evanescente crema dorada. Y asi viene a ser la alborada una enconada competición, llena de finura y gracia, entre éste uno y aquel otro lugar de la ensenada. El cielo se adorna de una discreta celosía de nubes que el sol poco a poco va disolviendo sin esfuerzo alguno. Sobre la orilla el mar deja una y otra vez el tibio rumor de una escasa rompiente. Sin olas apenas, las aguas descansan.

Un maullido que me sigue al pisar la calle, y Vicky diciendo, ¡ que me mires, despistado !, y claro, le ofrezco una caricia y le dejo algo de comida. No hace frío alguno, el poco abrigo hasta sobra.

Estas primeras horas matutinas siempre dan la impresión de que vienen estrenando zapatos, que algo nuevo tiene la mañana cada día para enseñarlo. El aire es liviano y fresco, agradable, extiende su estimulante presencia por todo el camino.

El cetro solar consigue destellos de jubilosa luz en casi toda la extensión del mar, hirviendo de reflejos cegadores. Los barcos asombrados se admiran al ver que la mar bajo sus cascos ha desaparecido en una líquida plata. El mediodía respira una serena complacencia interior, ostenta un aura relajada y feliz.

La tarde es un tesoro cálido, abanicado por una ligera brisa de poniente que enseñorea con su gracia aérea y ligera la arboleda del parque, las calles, la ciudad. Un perfil de sueños, de horas adormecidas que lentamente se alargan. Cuando el crepúsculo llega, la luz solar se prodiga generosa en aúreas pinceladas sobre las nubes.

Una noche de insólita perfección, despejada, ausente a todas las humanas circunstancias, me ofrece su enigma. Asentada en una firme bóveda de libertad infinita que abre sus brazos a toda una inmensidad de sonrientes y felices estrellas. El mar a sus pies iluminado de paz y serena dicha, parece, ¡ también él !, ronronear en la orilla.




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jueves, 4 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 4 Jueves



De nuevo vuelve la tormenta. Desde primeras horas de la madrugada el viento de levante siseante, amenazador, trae ráfagas intermitentes de lluvia que golpean los cristales, mientras el mar levanta olas enfurecidas que arroja sobre una playa desangelada y temerosa.

LLega el alba inexistente, y el oscuro amanecer extiende sus densas nubes enojadas, pretendiendo prolongar durante algún tiempo la sombría noche. El palmeral resiste todo animoso, cimbreante, acostumbrado a lidiar con el desquiciado arrebato del aire.

Pero en el curso de las primeras horas de la mañana el viento sorprendéntemente se va deteniendo y finalmente cesa. La bóveda del cielo se eleva en un intrincado dibujo de nubes, que comienzan a ganar dulce luminiscencia. La lluvia ha cesado. En la orilla, las aguas opalinas y turbias, muestran un verde ceniza ligeramente ámbar mientras las poderosas olas se coronan con el blanco lauro de sus espumas.

Cercana a la voceadora y aturdida rompiente flota en el aire una quieta y baja neblina. Son las minúsculas gotitas en suspensión aérea producidas por el incesante batir del oleaje. La playa serpenteada por el camino se pierde a lo lejos entre esa delicada bruma. La lluvia caída durante la noche ha dejado la arena limpia de pisadas, sólo se ven las huellas puntiformes y superpuestas, como delicado tapiz, de las gotas de la precipitación nocturna.

Aún no ha llegado el mediodía y el firmamento se olvida de las nubes, el sol acude y llena de sonrisas y luz los espejos de los charcos. Una ligera brisa de poniente acude sin prisa, y casi mágicamente con lenta pausa, el oleaje se calma. Las olas aliviadas, sin el empuje del viento, tienen un aspecto sereno, mayestático, con un luminoso verde traslúcido.

Así es el día, todo endiablada tormenta y de pronto, todo cesa. La tarde comienza enjoyada de luz, aunque un bosque de nubes recomienza a ocupar a medias los cielos llenos de luz y vida.

A la salida del trabajo,veo a una atrevida gaviota sobre el pretil de una azotea, mirando divertida el tráfico de vehículos a sus pies. El día se despide con un crepúsculo de leve apariencia, pero el estallido del sol al oeste entre nubes todo lo domina. Tus palabras han dejado otro sol que me inunda.

El mar lleva la blanca amistad de sus ligeras espumas a la playa en sombras. La noche constelada de estrellas, es relajada, suave, quieta.

El infinito abre el misterio de su luz con picaruela sonrisa.




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miércoles, 3 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 3 Miércoles




Amanece. Sobre el horizonte, entre las nubes, hay tres líneas rojas. La mar se ha transfigurado en serenidad y ausencia, en su orilla puede oirse una lenta respiración amortiguada, tranquila . El viento se ha detenido. El firmamento se ha revestido de grises llenos de azul, de extensa nubosidad detenida.

Una ligeras gotas parecen indicar lluvia, pero no termino por creérmelas. Apresuro la marcha, mientras el camino con su indeclinable paciencia me espera. Cada uno tiene que andar con sus pasos, ley de vida y suprema norma. Una claridad amable envuelve la mañana, hay una sensación de reposo agradable, las palmeras hoy no protestan, en las dispersas formaciones nubosas que se pierden en el confín de las aguas hay un tenue cromatismo levemente rojizo y crema.

En la bahía flota la oscura sombra metálica de un enorme carguero, allí anclado desde ya hace tiempo, soportando la inmovilidad todos los días, pero hoy semeja ocultar un repentino interior de trastocado bullebulle. Las aguas indecisas no saben aún a la hora que es si ser grises o azules, y finalmente optan por ambas tonalidades.

Con la luz de la alegría en la mirada Piratilla aparece, a mi silbido, avisándole de su comida. Lejano a todo, embebecido en su ejercicio, un corredor pasa.

Una delicada llovizna bendice el mediodía con su mágica presencia. Salpica ligera y traviesa un poco todo lo que encuentra. Las palmeras encantadas, ni rechistan. Los ocultos gorriones rebullen dicharacheros y comentan complacidos el regalo de una casi intangible ducha. El aire se llena de humedad parsimoniosa.

El sol quiere venir a curiosearlo todo, y a sus deseos se va aclarando y abriendo la tarde. Una media luz cálida, inesperada, desidiosa me recibe en la calle cuando camino hacia el trabajo. El cielo blanquecino ha perdido sus grises perfiles, su apagada ceniza.

LLega el crepúsculo mientras la ciudad rebosa de actividad. El ágora festiva que es en Andalucía la plaza pública se llena completa. Espectáculo que así mismo se mira, los mil rostros de Dios escondidos o mostrándose tras incontables máscaras.

De algún modo las farolas en el puerto afirman poder andar sobre las aguas, y con sus reflejos se derraman por la detenida rada. A su espalda los montes y el sol a medias oculto, que llena de espacios de nácar y marfil los restos de la tarde que acaba.

Cuando llego a casa, una insólita y fugaz luz verdosa se filtra desde la nubosidad escasa del cielo, bañando la playa. Los pescadores acompañan la soledad del mar desde la orilla, mientras la noche decide hacer todo uno en su acogedora sombra.

La luna se hace esperar, al friso de la medianoche se dejará ver, paseando con una larga falda de reflejos sobre las aguas. Las luces de las barcas entretanto quieren imitar a las estrellas.

La noche mirándome se sonríe por algo que ella piensa.



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martes, 2 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 2 Martes


El viento lo empuja todo, pareciera que el sol viene asimismo atropellado por el levante alborotador, incesante, revoltoso. Ha llegado salpicando espumas, oreando nubes, aventando arenas. El mar toma un verde arrebatado y rotundo, resuelto y provocador a un lado y otro de la bahía con la blanca contienda de sus olas. Las orillas se llenan de opalescente y turbio ámbar, mientras las palmeras cabecean y sacuden sus palmas, espantadas de los rebufos del ventarrón matutino.

El cielo y el sol contemplan cada uno a su modo todo el alegre y húmedo estropicio de la orilla, invadida por el altercado del espúmeo salobre, acechada por la constante invasión del oleaje. Nada de eso importa a los pescadores de caña, bien pertrechados y asentados en la ribera, arrostrando impávidos la controversia del vendaval, la trifulca de olas y espumas. El pescado dicen entra con el levante, y ellos no están dispuestos a perder sus capturas. Desde primeras horas, al friso del alba, señalan su presencia con sus altos aparejos, con el sedal y el fuste de sus instrumentos de pesca. El amanecer es suyo, pero el sol los mira con extrañeza.

Como en la calle que da al zaguán de mi edificio el viento enfila a toda mecha, la pobre Vicky que allí me espera, se las vé y se las desea para no terminar rodando. Con dos saltos ella, y yo dos zancadas, nos quitamos de semejante corriente, y buscamos un lugar más acogedor, menos ventoso y sobre todo soleado. La dejo allí comiendo con su tranquila parsimonia, mientras con cierto bullicio alegre en mi interior, disfrutando del enojo de los elementos atmosféricos, me pongo por mi cuenta en marcha.

Tengo que esperar termine de pasar un abundante pelotón de ciclistas, y tras ellos logro acceder a la playa. El mar comienza a vocear y a soliviantarse, en la rompiente las olas ganan presencia. Una ligera llovizna, pequeñas gotas en suspensión de agua marina, se extiende a lo largo de la hostigada línea de la costa. El camino indiferente a todo, desenrolla su larga distancia bajo el cielo azul y vacío.

Con el mediodía todo gana aún más fuerza, el mar y el levante se compinchan. La ciudad se esconde como puede detrás de sus casas. Las palmeras semejan haberse acostumbrado al zamarreo, y hasta parecen disfrutar mecidas de un lado a otro. En la ensenada resisten anclados los buques, tirando de sus áncoras sin largar amarras. El aire es húmedo, bien fresco, lleno de aroma marino. Una larga media docena de aficionados al windsurfing, llevan de un lado a otro a toda pastilla sobre las aguas el brillante colorido de sus velas.

Tras una tarde tranquila en el trabajo, veo al salir volando sobre el puerto bien altas a las enormes bandadas de gaviotas. El crepúsculo va borrando con toda flema y calma la tenue luminosidad final de la tarde. La noche comienza.

La mar se ha comido casi media playa. Insólitamente los pescadores resisten con sus cañas al lado de la orilla. Todo el mar sordamente ruge, protesta, murmura.

Entre ligeras y escasas nubes, ríe la mínima luz de algunas estrellas.



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lunes, 1 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 1 Lunes


El día comienza eterno, como el sol de tu corazón, abierto a la vida, ilimitado, único. El mar a sus pies, pletórico. Apenas un leve suspiro de brisa roza y acaricia su impenetrable azul lleno de oscura madrugada. La alegría naranja del horizonte no es capaz de contenerse en la inacabable distancia, su iluminada presencia quiere bañarse en las detenidas aguas. La playa no sabe qué hacer con su afortunada soledad llena hoy de ventura. Las arenas pensativas, simulan no pensar en nada. ¿Que son a fin de cuentas las palabras?

Mas pese a todo, con su tintineo sonoro las tuyas saben hablar silenciosas, suaves, llenas de ternura. Y la mañana calladamente te imita y despliega las calles, mientras la brisa va trazando su camino y me pide le siga.

Sobre las siempre nuevas y antiguas arenas, recupero mis pasos de ayer, reanudo alguna perdida nostalgia, quizá hasta reviso alguna idea. La orilla sigue aún dormida, mientras la luz solar enjoya la bahía de brillantes reflejos, radiantes perlas y estrellas. Que el día quiere, puntilloso él, tener las estrellas que la noche ostenta. Fresco y agradable, el soleado paseo pareciera que él sólo me lleva.

Hacia el mediodía el levante comienza. Tímido inicio, pero sólo con eso el mar se anima. La ensenada se llena de verde poderoso, potente turquesa lleno de pujante entrega. La ribera marina se estremece con un creciente, blanco y húmedo rumor de olas. Los barcos anclados ceden su sólida y metálica fortaleza, y aproan con amable obediencia hacia el viento que sobre ellos sibilante susurra y murmura. Aparenta contarles en secreto ocultas leyendas que nadie sabe ni oyó nunca.

La tarde se abre en su tiempo lleno de rotunda luminosidad, de generoso calor. Con agradecida disposición, bajo su cálido abrazo, los peatones parecen perder la prisa. El cielo abierto, ni una nube, semeja dormitar en lejana y silenciosa presencia.

Cuando termino el trabajo, el crepúsculo proclama su fé violeta, sus enrojecidos sueños de imposibles rosas. En la playa el mar ha tomado rotundidad, las olas baten enérgicas la orilla, su oscuro verde se va llenando de sombras cenizas. Las espumas rebeldes se expresan en clara y blanca diatriba.

La noche se anuncia, el viento ha traido algunas nubes altas pero las estrellas las atraviesan y miran todo con sus ojos de fuego. Como un ensueño, asi te veo. Solo puedo querer para tí tu libertad, bajo los luceros de este suave invierno.

La mar acoge en las sombras un cántico indescifrable, ¡ quién pudiera entenderlo !.



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