lunes, 30 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 30 Lunes


Con una inusitada transparencia el aire renovado tras la lluvia hoy llega incontenible, gélido, norte y frío. No hay apenas una nube, al horizonte sin ningún esfuerzo el sol hace suyo. En su cercanía sólo tres escasos nimbos incendiados y amarillos, sus trazos se rompen iluminados como aparentes llamas aéreas. El mar es de un fresco cobalto oscuro estremecido, sin olas. La orilla se ha callado, la arena aún húmeda y oscura está vacía.

A pesar del sol, completo, limpio, abierto, el ventarrón helado deja aterido a cualquiera que asome la nariz por la calle, entre los que necesariamente me incluyo, hoy armado hasta de una bufanda. Las palmeras muestran con el agua ayer caída un aspecto renovado, de nuevo verde decidido. Algunos charcos permanecen por el camino, ya éste sin apenas cieno y barro.

El cielo ostenta un azul lleno, diamantino, magnético, casi añil, profundo, insondable. Andando al sol, ejercicio y cálida luz solar, intento así una buena combinación para combatir la escasa temperatura de la mañana. En la playa la gata espera su comida con incrementado apetito, sin llamarla sale casi de inmediato nada más llegar a su escondrijo.

Hacia el mediodía el viento sigue escribiendo evanescentes escalofríos sobre la superficie del agua, mutándola con diversos matices cromáticos. Algunas nubes han venido, bajo su sombra el mar gana densidad azul oscura, al sol destaca con un verdoso ámbar vivo.

La tarde es soleada, en las manos de un apenas medio detenido viento, que mece y cimbrea las copas de la arboleda del parque, que despierta a cualquiera que deambule un tanto adormecido. Cuando termino el trabajo, en un cielo aún bien iluminado una luna impaciente, casi completa, redonda, me espera sonriente a la salida.

Sobre el firmamento, lleno de arrebolado rosa por el frío, unas escasas nubes pasan dejando el suave gris azulado de sus perfiles de imposibles sueños.

Poco a poco se abre la noche hoy constelada, sobreabundando de luceros temblorosos, de estrellas agitadas, casi tiritando algunas por olvidar en casa su abrigo.




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domingo, 29 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 29 Domingo



Sobre la línea del horizonte nuboso ha quedado un largo resquicio por el que la mañana anuncia, con amarilla bandera y roja enseña, la inminente llegada del sol, dorada explosión silenciosa, que en breve asciende y las extensas nubes hoy ocultan. El mar en calma, apenas un viento norte parece acudir desde tierra. Y con una paz sosegada, lenta, unas gotas primero escasas, más animadas luego, la lluvia hace acto de presencia. Todas las gamas de grises, blancos e iluminados, oscuros y amenazadores, lejanos e imprecisos, pálidos y difusos, con todas las formas, nimbos de fantásticas configuraciones, imitando grotescos animales en lenta danza, largos e interminables estratos, cenicientos e uniformes tapices, el cielo se llena de todas las arquitecturas posibles.

Hoy hace fresco, por el camino no voy andando, más bien, entre aguazales y charcos chapoteando. La playa no solitaria, sino desolada, parece más grande en toda su extensión vacía. El mar, extensión ceniza enmudecida ligeramente verdiazul, sin olas, acude silencioso a la orilla para escuchar maravillado el apagado rumor de la lluvia, que inunda con su sosegado mantra la difusa claridad de la mañana. El aire renovado, deja sus frescos perfiles de estimulante frío, y anima el paso.

Apenas me cruzo con nadie a mi vuelta por el paseo de palmeras. Hay que tener cuidado con el cercano tráfico de vehículos, pasando por encima del empantanado asfalto, levantando salpicones que llegan a todas partes, peatones incluidos.

Con el mediodía cesa el chaparrón. El cielo persiste gris, extensión de todas las mezclas posibles de blancas y oscuras nubes, que ahora parecen detenidas, descansando. Las palmeras chorrean agua, limpias, con sus troncos húmedos. Hay alguna cotorra gritona que alegre come dátiles subida en los maduros racimos. Un único pescador desafía soledad, lluvia y frío, con una infinita y callada paciencia en la orilla.

Al iniciarse la tarde, el velo de la lluvia vuelve a dejar sus brumas en la distancia y sus rumores en la calle, insiste en llenar los charcos y vacía la calle casi en absoluto. No hay más colores que los de dos globos, un niño con un globo azul, y una niña con otro rojo que vuelven con sus padres quizá de algún cumpleaños. El paseo asombrado les abre toda su desierta calzada, mirándoles con agradecida ternura sorprendida.

Un ligero poniente anima a unas escasas olas que rompen sesgadas su blanco rumor sobre la playa sin nadie, ya oscureciendo. El cielo se ha hecho uniforme y denso gris, mientras continúa el aguacero.

Alrededor de las farolas ya encendidas las gotas de la lluvia cayendo se iluminan como fugaces perlas de luz. Una pequeña maravilla que con su negro decorado logra destacar el escenario de sombras de la noche.

Mientras, las luces de los barcos perdidas en el confín de las aguas abren el corazón de la negra oscuridad a todas sus ignotas añoranzas.





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sábado, 28 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 28 Sábado



Sin apenas esfuerzo, suavemente, el amanecer va llenando de luz tenue, nacarada, crema y plata, la superficie del mar, levemente mecido por un escaso oleaje casi imperceptible. Tras un endeble y discontinuo rostro de nubes desvanecidas y dormidas, el sol oculta hoy su fuerza. Una ligera brisa desde tierra hace la mañana fresca, viento norte todavía. No es posible hoy bajo esta amable luz diurna ni tener ni mantener para nada prisa ninguna.

La playa vacía, pero llena de un gozo secreto, silencioso, sencillo. De vez en cuando algún perro corre y juega, soltado por su amo, feliz animal trotando y haciendo suya la inacabable dimensión de las arenas. Hoy no se ven pescadores, solo algún corredor pasa por el camino cercano al murallón de piedra que enmarca el arenal. Las palmeras todavía reposando, sueñan.

Me entretengo leyendo más de la cuenta, el día no laborable y la luz tamizada y tranquila me inducen a dejarme llevar por cierta indolencia. Pero animal de costumbres, al poco rato me instalo en el camino buscando mover las piernas. Ya hay viandantes, algúna pareja de turistas, la animación habitual de gente, palomas, uno o dos arrojados bañistas. La sempiterna máquina limpiadora de las arenas ruidosa y desvencijada va y viene arriba y abajo, llevada de su destino, arrastrando su furgón como Sísifo su piedra. El mar ha olvidado ser hoy azul. Extensión de calma fluída, bajo un cielo de blanquecinas nubes las imita, y con sabia maestría consigue transmutarse y lucir luminosas y argénticas aguas.

Hacia el mediodía el viento rola a levante, un lento aire desidioso y refrescante, que acaricia las datileras, que remueve con delicadeza y juega con las hilachas raídas que una vez fueron orgullosas banderolas al aire en los chiringuitos de la playa.

La tarde se oscurece, cobran dimensión y presencia las nubes, ahora ganando gris, ocupando con resolución la atmósfera, pero no llueve. Ante esta desabrida apariencia, nadie en la calle pasea. Al final, la noche lo oculta todo, mar, cielos, nubes. La ciudad con sus luces proclama al oscuro cielo su rebeldía.

Me detengo un tiempo frente a la impenetrable negrura de las aguas, escuchando.
¿Crípticos poemas, líquidas runas ? ¿Que murmura incesante el mar en la rompiente de la orilla?




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viernes, 27 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 27 Viernes


Alborea. Sobre el horizonte el amanecer impaciente no espera al sol y rotula con irritado y aéreo rojo toda una ancha banda sobre el confín de unas aguas en calma, adormecidas. Pero el irascible cinabrio, el colérico bermellón disfruta de un fugitivo y evanescente éxito, y la aurora tiene que volver a pintar de nuevo el cielo, y como no encuentra más pintura granate vuelve a colorear el firmamento, pero esta vez de excelso amarillo.

Hasta que el sol, envidiosillo, dueño de ese cromatismo único, se asoma, para demostrar así la propiedad del mismo, señor de ese soberbio, astral y dorado fuego.

La mañana inicia su tiempo y el viento del norte sigue su camino. Hay una escasa nubosidad delgada, rota, que deja ver un azul pálido ligeramente frío. Algunas palmeras, las que el norteño aire encuentra a su paso entre los edificios, se zarandean en desesperada agitación, mientras que todas las demás permanecen dormidas e inmóviles.

El mar es una extensión reposada, sin olas, con un matiz de verde y leve ceniza. Entrando por el puerto viene blanco y silencioso el barco que une a la ciudad todos los días con Melilla. Suenan desde todos lados los silbidos diversos y siempre distintos de los mirlos escondidos.

Espero hoy un poco que el calor gane terreno y espacio en esta mañana soleada aunque zamarreada por el ventarrón boreal e impetuoso que la enfría. Cuando ya voy por la playa andando, veo como el mar y las arenas se abrazan con desmesura en la infinita extensión de sus entrelazados cuerpos, mientras en la lejanía una líquida constelación de destellos espejea sobre el cobalto gris azul de las aguas.

Al mediodía atraca un enorme paquebote en el muelle de levante, casi del tamaño de un edificio de quince pisos. El viento ya cansado logra detener algo su alocada carrera. En la bahía al iniciarse la tarde las gaviotas han venido, en inmensa bandada. Flotan sobre la superficie, quietas, tomando el sol y llenando, con su blanco plumaje, de ilusoria nieve la ensenada marina.

Terminan las horas del crepúsculo con el perfil de la luna asomándose desde un cielo deshilachado y blanquecino. Hace algo de fresco en cuanto la luz declina.

En la distancia en sombras y negrura, las luminosas balizas de los buques abren un inagotable caudal de nostalgia jamás esclarecida.

Estrellas y luceros, incontables y cómplices, con guiños sonrientes ocultan sus pensamientos.



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jueves, 26 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 26 Jueves


El apacible, discontinuo y apagado gotear de la lluvia bajo la serena luz del amanecer es la tenue voz que al despertar me anuncia un nuevo día. El cielo muestra una nubosidad de oscurecidos nimbos, de los que desciende una claridad amarillenta en estas primeras horas de la mañana, mientras el mar, como vidrio esmerilado e inmóvil, se ha vestido de cobre y suave ceniza. La playa inmersa en una melancolía indefinida, extiende sus arenas apagadas y húmedas en una soledad equilibrada y exquisita. No hay ni viento ni olas.

Todo está detenido, la intermitente llovizna apenas perceptible deja nuevas y brillantes las hojas de las palmeras bañadas hoy de dicha.

En la calle los escasos peatones ni siquiera han abierto sus paraguas, sólo el húmedo silencio es quien ocupa hoy los vacíos bancos ausentes de sol. Desde el mar surge, oculta en la escasa luminosidad grisácea, una bandada interminable de gaviotas volando hacia tierra.

El camino de arenas ensombrecido, con algún charco, empapado parece más terroso que nunca. Las palomas me asaltan casi, hay un alegre y voraz apetito en todas ellas. Un listo gorrion está ya preparado y atento sobre el pretil del muro para hacerse con un migajón que siempre le arrojo, fuera del alcance de los voraces y hambrientos palomos.

A la vuelta paso cerca de un jazminero, todavía casi al principio de diciembre ofrendando sus pequeñas y humildes flores. La noche y la lluvia reciente han conseguido acentuar la perfumada fragancia, el vuelo de su aroma sutil y magnífico. Cuando ya termino mi paseo, imperceptibles casi, unas diminutas gotitas de agua comienzan a querer caer mínimas e indolentes.

El mediodía velado, estático. En la playa el tiempo se extiende desocupado, vacío, nadie en la orilla silenciosa acompaña a unos instantes absortos que aparentan estar en otro sitio.

Al inicio de la tarde el sol encuentra medio abierto sólo por unos momentos el techo de nubes, y entrega sin prisa una lenta luz sin fibra, descabalaba. No vuelve a caer una gota, al volver veo sobre el cielo al oeste, un escueto ramillete nuboso de rojos y rosas. La oscuridad abre los caminos de la noche con una prontitud inesperada.

Presumida la ciudad ostenta y exhibe sus arracimadas luces, sus apretujados destellos, sus rebosantes luminarias.

La pobre noche sin estrellas la observa embobada.




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miércoles, 25 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 25 Miércoles


Desde la distancia es accesible, inicialmente asoma con una redonda ternura, envuelto en su roja y cansada mirada. El horizonte lo sostiene unos momentos en sus alargados e infinitos brazos, pero nacen en él los deseos de volar hacia su destino, y una lenta pero imparable ignición comienza a arrebatar su inicial calma, hasta que incendiario impulsivo aviva flameantes cremaciones de líquido oro sobre cielo y aguas. Es Helios, el astro solar, cuya luz devuelve la vida al mundo, al mar y los hombres. La mañana comienza.

Sólo una detenida brisa de levante, casi sin olas las orillas. En el firmamento unos imprecisos velos que nada ocultan, que muestran el pálido azul amable en el que la ciudad se envuelve. Con la humedad del aire marino la lejanía intenta esconderse tras imprecisas y sedosas brumas azuladas. La calle comienza a palpitar con gorjeos, ruidos, viandantes, vehículos.

Mientras toma el sol el barrendero se entretiene parsimonioso, repasando con su escoba los rincones bajo los bancos, las esquinas y escalones que descienden a la playa solitaria.

Hay que iniciar las tareas, y luego de un desayuno de noticias y café hago acopio de dos latitas de comida preparada, una para Vicky que espera delante del portal mi salida, otra para la gata en la playa, Piratilla, incesante trasnochadora, con sus cacerías al abrigo de las sombras, y que siempre está dormida y escondida en su refugio cuando paso por la mañana delante cada día.

No hace ningún frío, con esta soleada mañana sin viento, una camisa es todo lo que se requiere de abrigo. Las arenas y el camino, siempre en su sitio, parecen eternos. Silenciosos rios de plata bañan sus distintos azules, hoy el mar sin olas calla, mientras a todos ofrece su innumerable sonrisa.

Pescadores y bañistas son los dueños del mediodía. No en gran número, pero la playa fácilmente se contenta. Un suave calor llena sus horas silenciosas, llenas de oculta magia y luz completa. Bajo las palmeras el ausente viento se ha detenido a la sombra.

La tarde ofrece obsequiosa y amable sus horas lentas y espaciosas, el sol derrama en ellas una dorada mirada somnolienta. En el firmamento vuelan estáticos jirones escasos de blanquecinas formaciones nubosas. Sobre estas exiguas e insuficientes apariencias blanquecinas el crepúsculo añade una leve ensoñación rosa, cuando vuelvo del trabajo ya al final del día. En la superficie marina las aguas extienden e imitan, sólo por unos momentos, el arrebolado cromatismo etéreo de las últimas luces del cielo.

Media luna en el cénit, rodeada apenas de nubes harapientas. Escasas luces mínimas parpadean en el horizonte en sombras. La mar suspira.

Asomarse a la noche es asomarse a un enigma.




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martes, 24 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 24 Martes


Mañana que nace en la completa dimensión de una luz única, cómplice de un sol sin limitaciones, mecida por una tranquila brisa de levante. Mañana abierta a un mar lleno de plateados senderos de azul, en calma agitada y eterna. Sobre las orillas en la playa queda su rumor apagado de blancas espumas, mientras sobre la arena la luz va escribiendo invisibles y ocultos poemas que el viento en su infinito camino indiscreto susurra.

Es el día un espléndido y limpio folio de un noviembre incomprensible y errático, tejido con generosos mimbres lumínicos, con la completa nitidez de lo sencillo, ungido de libertad y diáfano comienzo. Imposible negarse al asombro, nadie puede cerrar los ojos ante su belleza flexible, ante su elástica sonrisa. Una agradable temperatura de 22 grados, casi comenzando diciembre, una semana tan sólo falta, y la plena y completa luminosidad haciendo suyos todos los recovecos del alma.

Comenzar a caminar es todo un alegre ejercicio entre las palmeras viejas amigas, por el sendero lleno de sal y arena, eludiendo los surtidores abiertos sobre las isletas de cesped que suplen con sus riegos la ausente lluvia. En la lejanía sobre el mar el horizonte palidece, amarillea, en tanto que hacia tierra, coronando el verde preciso y rotundo de los pinos, el cielo gana una fresca profundidad añil. No hay una nube, vacío y lleno sólo de su color el arco del firmamento.

Son estos días en los que nada pesa, nada cuesta. Ocupaciones y tareas se llenan de una alegría palpitante, osmótica, que la soberbia magnitud esclarecida de la mañana ofrenda.

Sobre el mediodía no transcurre el tiempo, se ha quedado sentado tomando una copa en algún chiringuito, mientras el mar lo hipnoptiza con sus miles de destellos líquidos llenos de vida y argéntico fuego. Hoy la bahía está vacía casi, alguna barca, ningún navío, su ausente soledad la hace aún más abierta, la llena de grandeza y espaciosa vastedad.

La tarde se recoge en una quietud soleada. Los bañistas hoy han vuelto para disfrutarla relajadamente, a perderse en el lento fluir de sus horas que sestean con feliz indolencia. Una tímida y dorada seda comienza a extenderse sobre la tibia claridad vespertina.

Cuando el trabajo finaliza vuelvo paseando bajo las semisombras del parque, bajo la silenciosa arboleda llena de vida. En suave silencio las enormes chorisias, originarias de Argentina y Brasil, dejan caer incontenibles sobre los senderos una lluvia de flores rosas y blancas.

La noche es fresca, abierta, una delgada línea blanca es lo único que se ve de una orilla de rumores y espumas. En el horizonte marino, temblorosas en la lejanía, hay algunas luces.

En la ciega extensión opaca de la distancia parecen estrellas bañándose en el oscuro confín de unas negras aguas.



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lunes, 23 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 23 Lunes




Espléndida y fría mañana iluminada con generosa munificencia. El viento norte, desde tierra, ha estado toda la noche llevando su líquido y aéreo cristal sobre la ciudad y el mar. El sol encuentra un aterido amanecer que le aguarda friolero e impaciente. Pero nadie más, el aire limpio en la oquedad más absoluta, ni una nube, el horizonte perfilado con mano firme y precisa, sin brumas. Una única trilogía, el mar, el sol y el cielo, bastan para recrear el misterio: azul magnético abrazando al incontenible fuego solar mientras se derrama deslumbrante por el agua y el firmamento.

Hoy no me apresuro para salir, dejo que la mañanita se vaya templando y me tomo con lenta calma el ponerme en marcha. Una diáfana y límpida atmósfera aún fresca hace agradable el paseo cuando a media mañana estoy dirigiéndome ya a mis asiduas ocupaciones matinales. En la bahía se extienden sobre el mar los infinitos destellos rutilantes del sol llevando una agitada e ilimitada ignición a la superficie marina. Se escucha el rumor del aire agitando las secas palmas, cimbreando las palmeras deslumbradas. La arena removida por la fuerza de la ventolera ha hecho nuevo al camino de la playa borrando las habituales pisadas. La luz es tan intensa que parece irreal, tanto empeño tiene, tanta porfía, que termina haciéndose eje interior de la mente, fascinada por el incesante estallido de su resplandor.

Hacia el mediodía el viento se ha detenido y comienzan a llegar unas exiguas olas de levante. Es el anuncio de un cambio en la dirección del aire, que acude luego tras el oleaje que lo precedió como heraldo suyo. En la playa soleada algunos escasos bañistas, una roja sombrilla en la arena reta con su provocador colorido al mar que extiende en variado cromatismo azules pálidos, celestes, y también densos cobaltos en imprecisas y móviles pinceladas llenas de luminosidad y vida. La orilla comienza a dibujar unas mínimas espumas en la ribera marina, de nuevo bañada por las olas ligeras que el mar ha traido.

La tarde es señera, opulenta, soberbia, perfecta. Con la brisa equilibrada y el calor templado y exquisito. Un matiz dorado hace a la luminosidad más suntuosa y quimérica. Cuando mis tareas finalizan veo despedirse al crepúsculo abrazando con tenue sedosidad la intrincada arboleda del parque, mientras invisibles trigales extienden en los infinitos campos del cielo sus amarillos aéreos.

Una exacta media luna encaramada en el cénit sobre la ciudad encendiendo sus luces, y la noche abre su corazón de sombras y luceros, en tanto que el mar reitera en la negra playa una oscura salmodia inacabable, un ignoto encantamiento que habla de los hombres y su destino, desde más allá del origen del tiempo.




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domingo, 22 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 22 Domingo


Como extensa pincelada sobre el horizonte las escasas nubes, alargadas tanto como la línea del confín de las aguas, permiten entre ellas al sol curiosear primero tímidamente y luego inundar con todo desenfado de dorada luz la bahía, la playa. Apenas sin olas, nada agita casi la superficie marina, el viento sopla desde tierra, y agota y deja sin fuerzas a cualquier movimiento del mar hacia la orilla.

Nadie hay en la calle a esta temprana hora, al despoblado amanecer sólo lo reciben algunas palmeras agitando sus brazos, las que dan a las calles por las que el viento encuentra camino expedito entre los edificios que protegen de este aire norte a la playa.

En esta soledad afortunada las aves, los gorriones, las palomas hacen suyos todos los espacios urbanos, sin nadie que estorbe su vagabundeo en busca de comida. Investigan y rebuscan en pequeños grupos con alegre regocijo. De tarde en tarde cuando alguien pasa, levantan el vuelo para acudir a otro vacío lugar de la calle. Algún perro que va a lo suyo, de un lado a otro olisqueando aparece con su amo. En el mar fondeada cerca de la orilla hay una goleta de tres palos.

Tras un desayuno me pongo en marcha, bajo la abierta claridad templada de la media mañana. Una cierta animación ya ocupa el paseo, el día soleado anima a salir y disfrutarlo. El mar se inunda de azules diversos, el aire sobre la superficie crea móviles matices, plateados celestes. El viento seco va haciendo ganar distancia a la perspectiva marina, el horizonte se ensancha y sin los velos de la bruma gana la mirada intervalo y recorrido. Un carguero de mediano tamaño navega hacia el puerto, mientras otro alejado y repleto de contenedores ha echado el ancla.

El mediodía es un cristal de transparente aire, una completa luminosidad inunda la ciudad y el paseo. Con alegre calma la gente acude a estirar piernas o a moverlas rápido, corredores por la arena no faltan. El tiempo se despereza bajo la luz sedosa y fluída.

Es una tarde dorada, lenta, infinita. El cobalto de las aguas está lleno de movimientos y vida. La orilla no encuentra olas, la arena no tiene hoy del mar caricias. Las gaviotas en quieta y extensa bandada flotan al sol, puntos blancos sobre el azul profundo. Sólo algunas escasas nubes sobre el límite marino.

La luna creciente acude a observar el crepúsculo, es la hora de los mirlos y de los incansables vencejos, que vuelan incesantes frente a los edificios. En el aire sus agudos chillidos se mezclan con los aflautados silbos, diversos y siempre distintos. Un violáceo rosa busca en el mar encontrar espacio junto al oscuro ahora azul de las aguas. En la orilla sólo han quedado algunos pescadores y sus cañas. El aire norte ha traido una atmósfera limpia y una noche fresca, mientras en la bahía han encendido sus balizas dos buques. Sobre ellos en las últimas luces del atardecer vuelan alto las gaviotas.

Hoy las pícaras estrellas disfrutan de todo el cielo para hacerse guiños entre ellas.



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sábado, 21 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 21 Sábado


Sólo por efímero tiempo, el sol encuentra un hueco entre una desorientada y abierta clámide de nubes que apenas llega al horizonte. Entre los entresijos de la nubosidad anuncia, brevemente apenas, un nuevo día y desata sus rojizos cremas, sus naranjas cálidos, extiende su amarillo vivo y despierto que baña las aguas inquietas y mecidas por una brisa de levante.

Pero al poco rato la densidad nubosa crece y silencia el atrevido cromatismo solar. Una suave luminosidad tibia y gris extiende su impalpable y oculto deseo azulenco por toda la bahía solitaria, de nuevo marina y agitada por un viento que al menos quiere serlo. La playa respira con un oleaje tranquilo y acompasado, que deja un blanco sueño de espumas sobre la arena abandonada.

Casi nadie acude a la belleza de la mañana, la calle muestra vacíos sus bolsillos, el paseo de palmeras dormita mientras los gorriones entablan gorjeando una alegre conversación de trinos. En la orilla se han posado quietas y pensativas mirando al mar algunas gaviotas. De vez en cuando llega corriendo por el camino de arenas algún deportista que desaparece tan rápidamente como vino.

Como sé que ahora está sola, la gata del fontanero, la llamo al salir de casa con dos silbidos por donde recuerdo que suele esconderse, y casi al instante sale a mi encuentro buscando lo que le traigo. Luego de comérselo, se viene un rato conmigo acompañándome, se mete entre las plantas de los parterres restregándose, de vez en cuando se tumba panza arriba, sobre la hierba, afanándose con empeño en dejar su olor como jalón y señal en su felino territorio.

Con relajada apariencia se abre la mañana, el mar animado de nuevo ofrece sus propios salobres aromas, el aire asciende desde la batiente de la orilla impregnado de una emanación a humedad y algas. Un gris azul luminoso se ha hecho dueño de todos los espacios del día.

Hacia el mediodía un tímido sol entreabre el firmamento y regala una cálida luz a una playa que conserva esforzándose y como puede hoy un solo bañista. Las palmeras se han inmerso en una indefinible calma. El tiempo esta sumido en alguna meditacion sin palabras.

La tarde se extiende luego sin prisa, la nubosidad hecha jirones deja ver un pálido azul que poco a poco se mezcla con dudosos rosas y algún matiz de ambarina seda. El mar murmura ya entre sosegadas sombras que acuden con lentitud oculta.

Los negros mirlos nunca se quejan ante una noche que los esconde solícita en el refugio de su oscuridad protectora.




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viernes, 20 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 20 Viernes


Nada le importa al sol su débil comienzo, tenue rojo imperceptible en el horizonte rodeado de bruma y sueños. En poco tiempo su vuelo ágil alcanza ser rotunda brasa y llama, y luego deslumbrante fuego que se derrama como lengua ardiente, sobre el reflejo inquieto de unas aguas temblorosas de miedo. La mañana está inmóvil, apenas el apagado rumor de unas escasas y quietas olas en la playa. Persistente y terca, enamorada del alba, va y viene la máquina limpiadora de arenas, un tractor oxidado y detrás una especie de furgón que cierne la superficie que encuentra. El cielo desplegado, completo, pálido azul sin nubes, página en la que las gaviotas escriben su vuelo.

Aunque deslumbrantes y llenas de claridad completa, estas primeras horas del día son frescas. Apetece caminar, todo el espacio de la playa desafiante espera abierto. Hacia la mitad de mi camino, un grupo de viejas conocidas se me acerca al vuelo. Una docena larga de palomas impacientes que reclaman un poco del pan que habitualmente les llevo. Mientras el horizonte se extiende, el mar recupera un azul impreciso y todavía húmedo de la plata todavía recientemente caída, en el solitario amanecer de un firmamento entregado a todas las fantasías de la madrugada. Una tibia luz llena de dorado calor las arenas.

Cuando vuelvo, desde la lejana neblina que esconde el confín de las aguas, lentamente se perfila la oscura silueta de un carguero, repleto de contenedores surgiendo de la distancia, buscando puerto. Un balandro se mece en la rada de la bahía, entre algunas barcas que pescan a un lado y otro. Hay un ligero levante imperceptible que apenas se mueve. Las palmeras distraidas ven pasar caminando sin prisa a los turistas que han desembarcado de la cercana dársena, en los muelles que dan al este. La playa comienza a tener la escasa visita de algun bañista atrevido.

El mediodía es una delicada filigrana de luz, de templada brisa, de amable sol, en la completa libertad de un ilimitado y sereno cielo.

Sobre la gama de diversos y distintos matices de la arboleda y de la vegetación del parque, la dorada iluminación de la tarde transforma en reverberantes y nuevos a todos los verdes de la inmensa foresta, brillando ésta ahora desconocida y única con una pátina de mágico y leve oro. Tras mis ocupaciones laborales encuentro en la calle al crepúsculo despidiendo ya el día.

Las últimas luces del cielo llenan de rosada plata la extensión de la bahía. En la boca del puerto maniobran dos cruceros. Uno de ellos quitándose con presteza del camino del otro, a toda máquina, lo elude. Las fumarolas de los buques esforzándo sus propulsores elevan torvas líneas de humo al viento.

La joven noche todavía escucha los silbos y cánticos de los mirlos escondidos, la tranquila respiración del mar en la playa. Pero su corazón está lleno de preguntas, y las respuestas están ocupadas por las sombras, como la orilla que se duerme lentamente en los brazos de la aún cálida arena.



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jueves, 19 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 19 Jueves


Blandamente alborea bajo una silenciosa y liviana llovizna. El cielo apenas cubierto, en el horizonte el sol se asoma a medias entre una nubosidad deshilachada y algodonosa de cálidos cremas y amarillos leves. Las aguas, detenidas y apenas trémulas, se visten de todos los cromatismos del cielo. La arena húmeda, mojada, solitaria, se extiende en una orilla silenciosa que el mar abraza mediante afables olas con delicada insistencia.

La escasa lluvia cede prontamente, una melancolía desapasionada se extiende imprecisa por el camino de la playa, las palmeras al menos muestran refrescada la que ayer era seca apariencia.

Al volver, pasado ya cierto tiempo, el sol todavía medio velado por el brumoso firmamento comienza a abrirse camino, prestando cierto explícito perfil a las sombras, y el infinito regocijo sobre la superficie del mar de un extenso manto, de tenues e inquietos destellos de plata gastada y vieja. El espejo de las aguas ofrece ahora una iluminada pátina, de sedosa y argéntica iridiscencia, condescendiente a la mirada, permitiendo una detenida observación sin deslumbrar la vista.

El mediodía ofrece una luz relajada y comedida, el entreabierto cielo brinda su pálido azul a la bahía, sobre la que juega y sopla un poniente ligero y fresco, lleno de la humedad nueva de la reciente lluvia. Hoy la playa está vacía, salvo un pescador, con su caña y su paciencia.

Las primeras horas de la tarde tienen una matizada claridad amable y tierna. Mientras camino un rato me alcanza la tibia presencia de un medio sol ausente y distendido, que ensimismado sestea. Algunas nubes pasan, vellones de algodón que vuelan.

Cuando termino mis tareas, la vegetación del parque está todavía llena de cantos rumorosos y trinos de aves. La noche camina conmigo y me acompaña mientras se extiende de un lado a otro de la ensenada marina. En el cielo sólo algunas nubes que rápidamente se esconden casi en la creciente sombra, mientras refulgiendo desde una impensable distancia algún lucero ofrece su tímida presencia luminosa.

En la impenetrable negrura de la playa de nuevo el mar suspira, murmura, en su eterna duda llena de sueños, respirando apacible y dormido.



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miércoles, 18 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 18 Miércoles


Amanece. El mar, indolente y detenido, ha tomado sobre sí el mismo albino nácar somnoliento que el cielo ostenta, aunque y sólo por unos instantes, un rosa evanescente y fugaz tiñe la uniforme atmósfera blanquecina que el día encuentra, prestando a las aguas unos momentos de impreciso rubor. Una inapreciable brisa de levante quiere animar sin conseguirlo un inexistente oleaje en la vacía orilla.

La luz blanda y apagada de estas primeras horas del día baña con un aire adormecido a la calle, pese a la animación ya abundante de vehículos. Camino despreocupado, o sólo quizá medio dormido, entre las palmeras sin sombra. El mar también sin azules, mientras el aire intenta andar conmigo o tal vez nada más es todo apariencia. Pese a estar avanzado el crepúsculo una barca faena cerca de la orilla.

Con el mediodía el sol ha abierto rotundo su espacio y sus dominios, la imprecisa lechada de nubes se aleja hacia el sur, se reanudan y recuperan de farolas y árboles los perfiles y las sombras, de nuevo hay una sonrisa de luz que se extiende sobre el mar y la playa, mientras el firmamento recobra su brío cromático devolviendo un mimético celeste plateado a las aguas. Alguna ola comienza a decidirse y dejar unas escasas espumas en la arena.

La tarde se hace soleada, pero con cierto aspecto frágil, no hay nubes, apenas viento. Se extiende en horas cálidas, distendidas, ajenas al tiempo, ignorantes y asimismo sabias. Cuando finalizan mis ocupaciones la luz se va despidiendo sin prisa.

La vegetación del parque siempre en oculto silencio, mientras el rumor de las fuentes explica demiurgo el presente y el futuro, con cristalina insistencia que nadie escucha. Un azul pálido que se va haciendo gris ambiguo estremece al cielo.

Cuando comienza la noche, sobre la bahía vuelan alto y casi en sombras algunas gaviotas. Sus entrecortados gritos, sincopados lamentos se oyen alejarse sin rumbo en la creciente negrura.

El horizonte no tiene respuestas, sólo dispone apenas de alguna luz escondida casi en la distancia. Tímidamente quizá, hay una estrella asomada que observa todo curiosa.




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martes, 17 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 17 Martes


Un inmenso, completo y extenso dosel blanquecino sobre el mar y el cielo encuentra hoy delante suya el sol de la mañana. Arriba y abajo de la casi invisible línea del horizonte, aire y agua forman un sólo y único blanco océano, un mismo níveo firmamento. La detenida y estática luz solar escondida tras la nubosidad delgada y difusa, ilumina toda la mañana con un satinado tono de marfil antiguo.

Sobre el mar una ligera brisa de poniente mueve unas escasas olas apenas perceptibles en la casi única estampa de débil cremosidad del día. Las interminables filas del palmeral cierran en silencio la ensenada todavía adormecida y en sueños. Un navío en la distancia flota o levita, todo es posible, en el mar o en el cielo.

Bajo esta extraña luz inconclusa el camino se hace distinto, el mar ha olvidado todos sus azules, es sólo un sueño imprevisto. Desnudas de sombras las palmeras recortan su imagen en una quietud apaciguada de aristas. La ciudad se mueve con su propio ritmo bajo la apagada lucerna del día. A la playa desorientada sin sol los bañistas casi no han acudido.

Es ya hacia el mediodía y la bóveda nubosa se hace más compacta y densa. Tampoco el distendido viento de poniente consigue nada. Hoy las aguas poseen una opaca densidad mucilaginosa de blancuzca gelatina. La claridad difusa del cielo proporciona al mar una irreal y albugínea apariencia.

La tarde acepta los hechos, no toma en consideración sino su propio espacio y tiempo, extiende sus brazos y acoge a la completa dimensión palpitante de la urbe y su entorno líquido y aéreo. Cuando termino el trabajo, el crepúsculo abandona lentamente sus últimos momentos, mientras las luces en las calles desafían a la noche.

En la rada del puerto, las farolas derraman sus temblorosos destellos y su melancolía sobre las oscuras y densas aguas. Cuando llego a casa, la completa negrura ha cerrado o abierto todos los caminos del sueño y del apagado piélago.

Hoy las estrellas son todas y cada una de las luces que la ciudad generosa ofrece al cielo.




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lunes, 16 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 16 Lunes


Sin más que su propia decisión el día abre de par en par sus puertas. Nada detiene al sol sobre el horizonte sin nubes, el mar se extiende a sus pies en inmovilidad plena. No llega ninguna ola a una orilla vacía y desnuda. Con su nacarado amarillo, apacible y nueva, la primera luz baña la arena.

Como es día laborable la calle muestra una animada presencia. Hacia un lado u otro personas, vehículos, peatones. Las palomas a lo suyo, vuelan en parejas. Algunas buscan un baño en los aspersores funcionando sobre las isletas de césped que rodean en la playa a las palmeras. Se posan sobre la hierba mojada, y abren sus alas y esperan tranquilamente el paso del chorro del agua sobre ellas. Los gorriones también buscan un charco al sol y chapotean alegres en pequeños grupos.

Con estos días de aspecto realmente veraniego, estrenando todos un completo espacio de luz y amable temperatura, salir a caminar un rato es abrirse a un progresivo y silencioso gozo interior.

El camino de palmeras ha decidido tomar el sol en la quietud más absoluta. En algún lugar desorientado, sin saber qué camino debe seguir para venir como siempre a acompañarme en mi diario paseo, hoy se ha perdido el viento. El inmóvil azul del mar aprovecha su ausencia para seguir dormitando.

En la distancia anclado en la bahía permanece un navío, flotando sobre un refulgente mar de reflejos, acuáticas estrellas llenas de vida.

Es ya el mediodía, y la playa se ve concurrida, hay cierta afluencia de bañistas, han acudido al agradable calor sobre la orilla. Algunos hoy se atreven con un baño en las quietas y plateadas aguas. Sobre ellos el firmamento extiende un celeste infinito y el tiempo una ilimitada paz oculta. Alguna gaviota vuela y planea, aleteando apenas con su alas extendidas e inmensas.

La tarde quiere ser deliciosa, con veinticinco grados de temperatura, toda luz dorada. No hay brisa alguna, el aire oculto en la inmovilidad más completa.

Cuando termino el trabajo ya la noche ha empezado a construir sus sombras. Sobre el horizonte diseminadas se ven las luces lejanas de siete o más barcas faenando. Alguna se ha venido cerca de la orilla, iluminando con sus focos las negras aguas para atraer a la pesca.

La noche sólo tiene en su pobreza hoy alguna estrella, que desde su incalculable distancia, estremecida, titila y sueña.





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domingo, 15 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 15 Domingo


Sobre la casi completa extensión marina detenida e inmóvil, el crepúsculo derrama generosamente un iluminado marfil que llena el silencio de la mañana. Sin nubes en su camino el sol toma generosamente y hace suyos todos los espacios del día. En la calle la soledad pasea con calma, en ocasiones se sienta en un banco frente al abierto mar, frente al horizonte que extiende su infinito lleno de luz y de azul distancia.

Con lentitud los escasos peatones pasean a sus perros, que deciden tomar al asalto los olores de las esquinas, las farolas. Con indeclinable interés los canes olisquean todo lo que a su paso encuentran. Las palmeras aún bostezan.

Tomo mi ligero ejercicio de paseo diario con ánimo y resuelta alegría en los bolsillos. Al verme venir la gata de la playa se asoma de su agujero, y mientras le pongo algo de comida dentro de su refugio, ella se anima a tumbarse al sol, un rato lamiéndose por aquí o por allá. A nuestro lado no dejan de pasar corredores arriba o abajo, felices en su incesante trote.

No hay caminos para el viento dormido, anclado, desaparecido. El mar permanece sin olas, callado en la orilla, extiende redes de cobalto oscuro en la lejanía, mientras en la bahía se reviste de plateado azul.

Con el mediodía una fina estameña de nubes endulza y vela ligeramente la luz solar. Las sombras desvanecen sus perfiles, el día toma una ensoñación amable e inesperada. Sobre las palmeras se ven algunas parlanchinas y ruidosas cotorras rebuscando amarillos y maduros dátiles que a veces medio comidos caen sobre los viandantes que pasean. La playa se anima de juegos, bicicletas, gritos.

La tarde parece estival, el viento sigue olvidándose de acudir, sólo la dorada claridad del sol llena el tiempo blandamente, sesteando a sus anchas. En una lenta progresión inexplicable, cede despaciosamente su aúrea extensión de luz a la mágica pincelada de rojizo marfil que desciende sobre las aguas, desde las escasas nubes ya al final de la tarde. El cielo y la mar se funden en un solo celeste irisado, en un nácar plateado aéreo y líquido, mientras el horizonte desaparece en su mutuo abrazo.

La noche es silenciosa, el mar suspendido, quieto, sin murmullos en la orilla. La ensenada en penumbra es un oscuro espejo de negro azabache, sobre el que los reflejos de las luces de los barcos se extienden en interminables caminos. No se mueve una brizna de hierba, ni una hoja. Las palmeras son estatuas buriladas en las sombras.

La luna en ninguna parte, no sabemos dónde está, y las estrellas sonrien pero no saben...... o no quieren decirme nada.



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sábado, 14 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 14 Sábado


El rojo amanecer acude lento y desenfrenado, sobre la superficie de un mar indiferente, en sosiego. Culmina con inadvertida premura en el rotundo y silencioso estrépito del oro de un sol sin límites que se derrama incontenible y cierto. Desde el imprevisto de breves momentos asciende y se encubre tras una desmadejada nubosidad equívoca, la mañana se reinicia entonces con una luz a medias, delicada y tierna.

Pero apenas encuentra a nadie, sólo con sus secos y gastados contornos se acompañan las quietas palmeras. Las aguas en la orilla inaudibles, sin olas. Hacia ninguna parte hoy el viento detenido camina.

El día muestra una sabia y contenida prudencia, que invita a adentrarse en sus abiertos caminos, en su agradable temperatura, bajo la claridad templada de su iluminado velo. Tras un pequeño arreglo y chapuza que se me pide y que resuelve, eso espero, el potente adhesivo cianocrilato, le doy cuerda al andarín irredente que llevo dentro y en cuestión de nada ya voy dejando atrás paso a paso mi sombra por el sendero.

El batiburrillo de colores del mercado tiene a esas primeras horas sus puertas del todo abiertas, y con escasa afluencia, lo que facilita la brevedad y acorta el tiempo empleado hoy en la compra. Con la lista apuntada y todo, incluso a veces algo se me olvida. Pero hoy me parece que de ella nada falta.

A mi vuelta el sol gana terreno, se hace más rotundo sobre el paseo. El azul inmóvil de la superficie marina permanece ensimismado y sereno, también se ha detenido como el inexistente viento. El cielo blanquecino por el alto celaje de blandas nubes comienza a dejar paso a un pálido firmamento con un tímido celeste entreabierto.

En la playa la ahora rotunda presencia del sol llega al fin para solaz de los incondicionales bañistas. Es el mediodía. Un balandro pasa a la vela con una lentitud infinita, parece que quizá pueda haber un poniente oculto que impulse al velero.

No es la casi vacía orilla el lugar de concurrido encuentro de la playa, sino los bancos del paseo, bajo el calor apetecible de este insólito noviembre, hoy ya casi mediado. Niños, paseantes, turistas, algunos perros corren y juegan contentos.

La tarde se extiende dorada, sin nubes, perfecta. Tras una ligera siesta, veo lentamente despedirse el día, con una luz de nácar, de aéreo y sedoso ámbar. La noche es ligeramente húmeda y fresca. El puerto a mi derecha despliega sus luces, las largas hileras iluminadas de sus muelles. Sólo hay un crucero atracado que impone rotundo su centelleante presencia a las sombras que le rodean.

Frente a mí en la bahía, un largo carguero detenido ofrece su visionaria estampa dominada por el fulgor de sus fanales y balizas. En mitad de la noche, entre la opaca negrura, asoma su expectante perfil como errante espectro.




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viernes, 13 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 13 Viernes


Durante la noche pasada, poco a poco, un ligero levante ha ido trayendo dispersos velos de imprecisa neblina que desdibujan los perfiles del alba, que en la distancia del horizonte esconden el encuentro del mar con el cielo. Un solo igneo y rojo amanecer líquido y aéreo, nadie puede discernir donde están los límites del agua con el firmamento. El mar se extiende relajadamente de un lado a otro de la bahía, parece que ha olvidado el mágico conjuro que le dió Neptuno para cincelar olas, la superficie marina inmóvil se pierde entre retazos de ligeras brumas en la distancia.

Por la arena húmeda aún del relente de la noche sólo pasa incesante arriba y abajo a lo largo de toda la playa la agotada máquina de limpieza arrastrando como puede sus cansados ruidos. Hay siempre algún corredor matutino persiguiéndose a sí mismo. Entre tanto con lenta parsimonia, el barrendero toma el sol de la mañana, mientras en la acera va barriendo las sombras. Sobre el cielo hay débiles y blanquecinas, largas y distraídas nubes o que pretenden serlo. En el aire flota una suave humedad invisible olvidada por la noche al irse.

Como hace un agradable fresco, andar es la mejor y excelente forma de comenzar el día. Mientras la ciudad despierta y el mar sigue aún dormido, la arena se va entibiándo bajo el apenas velado sol en la escasa bruma. Mi casi solitario camino serpentea sin apremio, entretanto, a tan sólo cien metros de él sobre el asfalto, el progreso lucha y compite entre vehículos y prisas. En la prehistoria de nada más que con mis piernas andando, la paz es un tesoro por la civilización perdido.

LLega el mediodía blandamente, y aunque en exiguo número, los bañistas son dueños de todo el sol y todo el tiempo del mundo. La neblina sobre el horizonte se ha teñido de un tono violáceo, en tanto que en la distancia los montes flotan sobre un pedestal de blanquecina bruma. Una barca faena, la siguen, sobre ella volando en círculos, dos gaviotas, esperan pescar estas al menos el descarte de la morralla. Hay una luz atenuada y flexible que dora suavemente los perfiles del día.

Cuando vuelvo por la tarde, en el parque bajo los árboles todo parece hacerse uno, las parejas, las aves canoras, el agua de las fuentes, la luminosidad apagándose del crepúsculo. Por el oeste suave crema, en el este rosa magnífico. Al llegar a casa el mar se muestra por unos instantes endiosado de violeta y azul rojizo.

Sobre la noche desciende, sigilosa y casi de improviso, un manto cerrado de niebla que presta un aura de esplendor desconocido a las luces de las farolas, que renueva todo con el ensueño de un mundo perdido, mientras el encubierto mar desaparece escondido en la oscuridad de las sombras húmedas y confusas.



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jueves, 12 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 12 Jueves


Amanecer no es sólo un pretexto para mostrar su inefable milenaria desmesura, es también el diario encuentro de un poeta del fuego, el sol, con la tierna admiración del espejo del agua, que siempre ofrenda el regalo de sus reflejos, para reinventar entre los dos un infinito juego de líquida belleza. Con su cotidiano envite astral de fascinante transmutación de color y luz, el astro rey lleva al mar su cósmico delirio de incesante y aúreo estallido.

De un lado a otro de la bahía, el viento desorientado no sabe a donde ir, y termina por detenerse a descansar hoy finalmente. Anclado al cielo por una detenida fumarola, un navío arroja al mar el largo cabo de su ancla como fingida artimaña. Un catamarán de dos palos y buena eslora se balancea en las escasas olas plateadas del alba. La mañana calla, sólo las aves, gorriones, alborozados se despiertan.

Cuando salgo a la calle, casi se podría creer que estamos en el fresco inicio de un día de verano. No se ve una nube en el firmamento de pálido azul. Las palmeras parecen que se van olvidando qué significa la palabra lluvia, tanto tiempo hace que no ven una gota encima. A doce de noviembre en latitud norte, no se precisa hoy más que una camisa de manga corta. Y el camino, paso a paso, alegrando cada instante, parece hacerse solo, bajo la luz que todo lo transforma y eleva, incluido el ánimo.

El mediodía llega para quedarse él también, un banco o la arena es todo lo que se requiere para abandonarse en la relajación de una medio siesta. Cuando voy para el trabajo, en las primeras horas de la tarde, no hay un extranjero con camisa en los abarrotados chiringuitos de la playa, su cerveza desatendida delante suya en la mesa.

La tarde cierra lentamente su tiempo cuando vuelvo de nuevo, la ciudad se agita en su tráfico, las primeras luces proclaman orgullosas su presencia. En breves momentos el mar detenido, se hace camino de todos los destellos, la noche parece nacer también asimismo de las aguas. Se agitan en lenta danza, en sinuoso vaiven todas las interminables luces sobre la ensenada. El cielo tiene una fría negrura cristalina, tachonada de estrellas inquietas.

En el silencio de la noche callada e inmóvil, sólo el mar suspira, parece hablar en sueños. Murmura quedamente respirando entre las sombras.



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miércoles, 11 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 11 Miércoles


Impecable, excelente, diáfano, bajo el inconmensurable palio diamantino y de magnético añil del cielo. El día abre así sus puertas. Como no podía ser más, ni de mejor manera ni de otra forma, viniendo de mi Serva la Barí, del interior y corazón de Andalucía, gracias al incesante viento del noroeste, seco, limpio, terral.

En esta plena desmesura de luz el goce de los sentidos es la única norma natural e inmediata que acude a la razón, para luego dejar a ésta las más de las veces atropellada en la locura de los excesos. Paradojas que el sabio sentir popular conoce, en esta tierra en la que el saber estar es suma y compendio de la ciencia de la vida.

Pero nada de eso impide a la mañana su belleza adolescente y nueva, ligera de equipaje, abierta, serena. El mar sobrecogido de admiración quiere cortejarla con sus mejores e iluminados cromatismos de líquido topacio azul y refulgente zafiro. Bajo el sol, único dueño de toda la luz y el asombro del cielo, el camino de la playa entre el tibio calor y la radiante presencia marina, es también hoy un inesperado regalo.

Entre el pequeño grupo de palmeras cercano al refugio de la gata en la playa hay siempre una bandada de palomas poco más o menos esperando mi paso. Al acecho, casi no me dejan seguir, vuelan y se plantan delante mía. La costumbre de llevarles el pan sobrante del día anterior me ha perdido. Son los palomos éstos, auténticos bandoleros al asalto de los caminantes con migas en los bolsillos. Siempre al saqueo se añade algún picaruelo y ágil gorrión que escamotea atrevido alguno de los trocitos que arrojo.

Al mediodía el viento rola, decide darse la vuelta, girar sobre sus pasos, tornar alrededor de su eje, se hace levante imprevisto, viento del este, que construye en poco tiempo un cielo a su manera, celeste azul, blanquecino. En la soleada arena apenas nadie se ha dado cuenta, una escasa media docena de bañistas tumbados y adormecidos, en otro mundo.

La tarde cuando salgo del trabajo es hoy más agradable que ayer, el distinto aire proveniente del Mediterráneo tiene siempre alguna tibieza, aún en otoño o invierno. Veo comenzar a la noche, sombreando cautelosa y a su modo el parque lleno de los sonoros trinos y los cantos de las aves. La dimensión de su mágico mensaje siempre pasa desapercibida por los peatones que van y vienen. Pareciera que los viandantes recorren en oculta condena otros desconocidos caminos, sin otro destino que alejarse de ellos mismos.

Un noche todavía sin luna, llena de sonrientes luceros titilantes. El mar ha reencontrado sus olas, agradecido al levante no cesa de salmodiar su alegría llevando a la orilla de la playa el blanco rumor de sus espumas. Las estrellas parlanchinas no cejan de hablar entre ellas con su silencio.



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martes, 10 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 10 Martes


Cuando el alba se va inundando de color, durante unos instantes el rojo flamear del horizonte inunda de fluídas llamas la superficie del mar, pero en breves momentos luego se pasa del anaranjado líquido, al claro amarillo limón. El día se desayuna pues con dos zumos, de naranja y de limón. Queda por hacer la tostada, a la que el sol seguramente querrá solícito prestarse para dejarla bien crujiente.
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Este descuidado otoño lleno de luz dorada, a cada momento pierde las nubes y ya no las encuentra.

Sólo acude a dialogar con la ciudad aún despertándose el viento norte, hoy al menos sin la obstinación y la fuerza de días pasados. Ya a media mañana hay una docena corta de personas sobre la arena, pero en la playa no hay bañistas. Al menos de manera estricta, es decir, nadie se baña en las heladas aguas enfriadas por el viento septentrional. Pero todos acuden a inundarse del calor solar y del silencio rumoroso de una mar de perfecta turquesa que refulge en la generosa claridad ilimitada del mediodía.
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La luz, hoy como ayer, es el único océano concluyente y real que todo lo inunda
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Después de un rato tumbada entre sus piedras calentándose y soleándose, al lado del ventanal y sobre su pequeña piscina, Aurora la tortuga decide esconderse y refugiarse en un oscuro rincón que ha escogido bajo una librería. Quizá mañana ya no salga más, y su período de hibernación callada y quieta haya comenzado definitivamente anunciando así la próxima llegada del invierno.
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Según trascurre el día, el calor se hace más agradable. Las horas iniciales de la tarde son gozosas, tranquilas, sólo absortas en sí mismas. Inclinadas como siempre a la sencilla desidia. Hay algunas bocacalles por las que el viento enfila atrevido y sorpresivo acudiendo travieso a sobresaltar a las palmeras. El acompasado y rítmico ruido de los cascos de un caballo señala el paso lento y sosegado de un coche de tiro.

Al terminar el trabajo, hay aún algunas horas de luz vespertina. A la vuelta paso cerca del recinto portuario. Sobre la verja que lo circunda se ven las quietas grúas, y las metálicas moles y arquitecturas de los navíos mientras algunas gaviotas los sobrevuelan. El atardecer vacío de nubes se reviste sólo de un inestable amarillo postrero.

La noche se cierra sobre las luces dispersas por la extensión del mar, sobre las balizas de barcas y navíos. El viento ha cesado finalmente.

Agua y cielo, eternos amantes en la noche, se funden en un solo abrazo, en amoroso encuentro que las sombras velan y protegen.



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lunes, 9 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 9 Lunes


El horizonte flamea de rojo fuego como aviso y heraldo de la inmediata presencia del sol, mientras la mañana reestablece sus enseñas que tremolan incesantes en el sempiterno y fuerte viento. Aunque éste afablemente planea sobre las aguas cercanas, respetando su sueño y su tranquila inmovilidad, con una orilla sin olas, en silencio. La soledad es la única compañía que el mar encuentra.

De vez en cuando no obstante, aparece con sus gemidos, murmurando quejumbrosas protestas metálicas la máquina limpidora de la arena que recorre una y otra vez la playa a lo largo de la línea de la orilla vacía. Igual que siempre, pasan de largo sin detenerse los habituales atletas y deportistas persiguiendo a la mañana. Incansables, corre que te corre de un lado a otro del litoral costero.

Continúa la poda de palmeras, el paseo se llena de palmas secas abatidas y dorados dátiles. Como es día laborable hay plena actividad de vehículos y de peatones, que pasan como pueden, entre el estropicio de restos vegetales y la grúa móvil elevadora que emplean los operarios para desmochar el cuello de las datileras, montada oportuna y justamente en mitad del paseo.

Empero el día es gracias al persistente viento norte, seco, de tierra, un refulgente regalo de transparencia, un cristal bañado de luz y sol de forma ilimitada, deslumbradora, casi inexplicable, asombrosa. Hay un enorme crucero de pasaje atracado en el puerto, cuando los turistas descienden por la pasarela sólo es necesario ver su silenciosa y embebecida observación mientras pasean.

La tarde es la más grata sucesión de tiempo y doradas horas seductoras. La muchedumbre de gaviotas asentadas flotando en inmenso grupo sobre las aguas de la bahía da la impresión de crecer día a día. De vez en cuando alguna eleva su vuelo y con magnético mimetismo induce a revolotear a algunas otras, hasta que planeando y dando vueltas todas, vuelven de nuevo a posarse y encontrar acomodo entre la numerosa multitud de blancos puntos, sobre la azul superficie turquesa del mar inamovible y aletargado.

Cuando vuelvo finalizado el trabajo, el cielo sin nubes se ilumina casi enteramente de etéreo amarillo, surcado por los incansables vencejos que vuelan piando y emitiendo ligeros y agudos gritos.

Fresca pero sin viento, cae prontamente la noche. Sólo el líquido encantamiento de apagados murmullos de las ligeras olas en la orilla sacia a su profundo y silencioso corazón vacío.




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domingo, 8 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 8 Domingo


Cuando el sol se asoma sobre el horizonte encuentra ante él un variado caballete de nubes. Frente el lienzo de diversos blancos que ante sí tiene, sabe encontrar en su paleta de delicados matices una irisada gama de tenues amarillos, pálidos cremas rojizos e iluminados rosas. Pero inconstante, a poco se deshace de cuadro y pinceles, y toma curso ascendente sobre la línea de la mar inundada de nuevo con una impaciente, precipitada y septentrional ventisca.

El mar no toma cartas en el asunto, no vá con él la ventolera. El torbellino decide articular sus olas más allá de la quieta y todavía adormecida bahía. Con la azulada serenidad mágica de sus cobaltos e iluminados turquesas, las aguas se extienden infinitas y amorosas entregando a los dos navíos anclados en la rada todo su corazón de interminables caminos y ensoñadoras aventuras y distancias.

Mostrando la dormida lentitud inicial característa de un día festivo la ciudad, las calles comienzan a ofrecer su tranquilidad silenciosa, que el sol va entibiando, pero en las que el viento busca propicios cauces para asomarse alocado y llegar a la playa y a la ribera marina. Allí por donde se asoma con impetuoso ánimo las palmeras se despeinan, se balancean, se quejan.

Afortunadamente, el camino de la playa, soleado y protegido del viento, ofrece sus abiertos brazos para un agradable rato de paseo. Piratilla espera asomada a su escondrijo, tomando con el lento reposo que caracteriza a una gata un poco del calor de la mañana. Las noches ya refrescan y el apetito de la hora del desayuno aumenta.

Un mediodía lleno de risas y juegos de los niños en la playa, mientras en la arena algún nostálgico del verano intenta ser bañista. Deseo que las ahora frías aguas dejan en solo éso, un humano deseo. Una regata de pequeñas y blancas velas aprovecha que el aire ha rolado a poniente a media mañana. Las gaviotas en su multitudinaria reunión flotando sobre la superficie marina a nada atienden, solo sestean.
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La tarde es un lugar de encuentro, en la alegre compañía de una ya sólida amistad, con la que la charla se distiende y expande a lo largo de unas horas bañadas en la lenta y relajada luminosidad vespertina. Para conversar también con nosotros el asombroso panorama del crepúsculo acude, con su silencio sapiente, con sus potentes nubes que nos sobrevuelan y juegan fascinantes entre los últimos destellos y colores del día.

Hasta que la ciudad se abre esplendorosa en miríadas de luces.

Mientras tanto y cada vez más, con su bayeta de negras sombras la noche poco a poco, a todas las vivarachas luces les va sacando renovados brillos con discreción amorosa, consiguiendo así hacerlas relucir aún más mágicamente.




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sábado, 7 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 7 Sábado


Sin más vestido que su enigma infinito y azul el cielo se entrega al radiante y espléndido sol. El invisible viento persigue hoy como ayer su propio desconocido destino, busca un inalcanzable reposo en algún ignoto lugar, su ánima de eterno viajero errante le impele incesante desde su interno vórtice lleno de siseantes silbidos, de ululantes rumores y oscuras voces.

Pero hoy, como civilizada brisa, fatigado, abrumado, ha perdido la alocada desesperación de otros días, y exhausto se limita a alcanzar la playa de forma amable y tranquila, templando la calurosa otoñal mañana.

El mar seguro de sí mismo, a nadie mira. Unas escasas olas de poniente envuelven en su blanca diadema de espumas a la orilla, llena de luz y soledad magnífica y excelsa. En la calle apenas nadie pasa en estas primeras horas del día. Las palomas hoy casi sin asiento en las podadas palmeras ocupan con más predilección las oportunas y altas farolas. Hace una agradable temperatura, el sol cálido, el aire leve apenas, un paseo a esa hora siempre es excelente impulso para el ánimo. La mañana tiene una sonrisa para todos los que se le acercan.

En el inacabable paseo cercano a la playa los habituales andarines, ciclistas, patinadores, corredores, se inundan de una alegría de luz y de eterno azul, cómplices ambos mar y cielo del iluminado y cromático sortilegio.

Cercano a la playa un alto y apretado macizo de cactus, requemado de sal, calcinado de sol. Sus tupidos brazos se elevan al cielo buscando quizá mejor destino que la salobre tierra de la que surge que le da al mismo tiempo vida y muerte.

Bañadas de luminosidad y calor, mirando a un horizonte que sólo ellas alcanzan a conocer completamente, las palmeras descansan hoy. Únicamente ellas secretamente saben hablar con la lejanía que desaparece. Un horizonte al que nadie más que ellas en invierno acompañan en las dolientes y atormentadas tempestades de levante. Pero hoy la innumerable belleza de los refulgentes brillos que centellean en la mar pletórica de azules, es sólo completa e inasible, única emoción trascendente.

La excelencia del mediodía es inabarcable, las gaviotas, quietas, flotando sobre la bahía, mientras alguna vela surca con lentitud y plena calma la distancia. La arena es campo de juegos al sol de los niños en los toboganes entre las palmeras. Algún perrillo corre contento tras la pelota que le tiran.

La luz se hace dorado sueño en la tarde que termina, hasta que el firmamento despide el día con un adiós violeta.

Una luna menguante lleva su ligera pero aún mágica plata a unas aguas, a unas olas que se cubren de móviles y tenues luceros, transfigurados en brillantes espumas los efervescentes reflejos, ofrenda del mar y sus olas a las oscuras sombras de la arena en la orilla.




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viernes, 6 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 6 Viernes


Los más espléndidos e inquietos ríos de cobaltos y turquesas exhibe orgulloso el mar desde primeras horas de la mañana. Aunque amainado ya en buena medida el viento, éste no ceja desenvuelto y juguetón de remover insistente la superficie del agua, que el sol inunda de innumerables y agitados reflejos, de deslumbrantes e iluminadas, primorosas alhajas palpitantes y vivas. De un lado a otro el soplo vivaracho y enredador del aún potente aire dibuja evanescentes escalofríos que trasmutan en incesantes batiburrillos los bulliciosos y magníficos azules de la bahía.


Han acudido a visitar al sol algunos ampulosos y enfáticos nimbos acompañados de evanescentes e inmóviles cirros. Vienen en escaso número, sin cerrar la abierta luminosidad del día, que luce completa y vivífica sobre las filas de palmeras, agitadas por la animosa ventisca hoy también, a lo largo del paseo marítimo. Como hace menos fresco el camino se hace con más agrado, y más despaciosamente.

A la vuelta la playa ostenta con satisfacción indisimulada a unos pocos bañistas todavía, no todos han abandonado a unas espléndidas arenas a las que el calor solar corteja con su cálido abrazo. Uno sólo se ha atrevido a entrar en el agua braceando con manifiesta energía para defenderse así quizá de la más que probable escasa temperatura marina.

Poco a poco el viento se tranquiliza, se va serenando, mientras hoy también continúa la poda de palmeras en las manos de operarios suspendidos a la altura precisa, gracias a una pequeña grúa móvil articulada. Hay algún extenso y delgado cirro suspendido sobre el firmamento que vela ligeramente la luz del mediodía.

La tarde se ha hecho relajada, un punto indolente. Ayer con el apremio de la ventisca malvivía zarandeada y acuciada, hoy se deja caer a su aire, tomarse su tiempo de suave desidia feliz. Cuando termino el trabajo, sobre el puerto y la ciudad planean extensas nubes que cierran el crepúsculo con un apagado matiz ceniciento. Sólo en la lejanía, a través de algunos resquicios las últimas luces del día pincelan con un etéro ámbar algunos rincones abiertos en el nublado cielo.

La noche no aguarda. Toma la iniciativa y decidida esconde como puede al mar bajo su corazón de sombras, pero en la orilla el incesante rumor de las olas revela travieso a la luna el escondrijo de las oscuras aguas.



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jueves, 5 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 5 Jueves


El día no abre sus puertas, sino más bien son derribadas por el empeño de la ahora terca ventisca. El aire de septentrión ha llenado de fresca transparencia la mañana, y dibuja alocado sobre la superficie del mar móviles e inquietos arabescos. En la distancia, hacia el horizonte, se ven encrespadas las aguas, se asoman las espumas de las olas alejándose, buscando las costas de África.

Las gaviotas se refugian en la ensenada en enorme multitud hoy. La bandada de pequeños puntos blancos ocupa casi la mitad de la bahía. El mar sostiene como puede sus traviesos y fugaces azules que huyen incesantes de un lado a otro.

La playa solitaria, sólo el calor y la luz del sol la llena. Apenas una inexistente ola sobre la arena.

Son días estos en los que caminar es llenarse de rumor de hojas, de la sonoridad de las palmeras cimbreantes, del siseo misterioso de voces ocultas en la fuerza del viento. El paseo se inunda de pequeños dátiles abatidos, los peatones hoy caminan menos decididos y resueltos.

Sin embargo la excepcional belleza cristalina de la mañana, la inmensidad azul repleta de brillos y destellos del mar, el hipnótico añil del limpio cielo, el oceáno de luz solar incontenible, es suficiente para colmarme de un júbilo secreto. Uno asiste abrumado y suspenso al primer día de la creación redivivo y eterno.
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El parque se cubre de hojas caídas, ramas por los suelos, vegetación abatida por la continua avalancha del vendaval que señorea la incipiente tarde mientras voy camino del trabajo. Cuando termino éste, sobre el firmamento planea una nubosidad imprecisa.

Con tan sólo 17 grados centígrados de temperatura, y ya sin apenas sol, hay que andar deprisa para calentarse. Y detenerse un momento, a degustar algo tan español como un chocolate a la taza bien caliente, con crujientes churros recién hechos, que una merienda hoy se necesita, apetece y entona.

Las últimas luces del crepúsculo llenan de rosado marfil el celeste espacio. Sobre el mar espejea en incansable danza el cromatismo final de la tarde, en agitada mezcolanza con los plateados azules que el soplo del aire mueve sobre el agua.

Han podado las palmeras, y los abundantes mirlos apenas encuentran soporte en las escasas palmas que quedan. En pocos instantes las alas de la noche cubren con su protectora oscuridad a los mirlos y a la playa, mientras dos cruceros atracados en el muelle refulgen de luces e incandescentes faroles y bombillas rodeados de negrura y sombras.



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miércoles, 4 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 4 Miércoles


Con mimética armonía el día imita al precedente.

El mar sin olas, mágica hoja en la que escribe el viento, no desiste de presentar la polifacética gama de sus agitados azules, que la acometida del aire soplando sobre las aguas encrespa y transforma, llevando a ellas un fugaz estremecimiento y colmándola de variados reflejos plateados y móviles.

Las gaviotas han hecho suya la ensenada y al abrigo del viento en la rada flotan sobre la superficie en bandadas, aportando sus humildes puntos blancos a la mezcolanza de turquesas y verdes azulados que se mueven de un lado a otro sobre el manto acuático.

El viento que desde ayer persiste, componente norte, va trayendo sin cesar, con su fresca terquedad, cada vez un poco más al renuente otoño. La playa muestra un soleado abandono de bañistas, sólo algunos adictos perseveran obstinados y han acudido pese a todo a sumergirse, ya que no en el ahora frío mar, en la iluminada belleza del día. Sobre ellos, el sol regio, y algunas escasas pinceladas blanquecinas, altos estratos inmóviles y exiguos, endebles, perdidos en la limpia atmósfera de vivos azules que corona el día.

Hoy tengo parte de la mañana ocupada, no sólo en mi animada y bonancible caminata diaria, también he de ocuparme de la sustitución de la batería del coche. El mecánico tiene su taller detrás de mi vivienda, y con un pequeño carrito llevamos el nuevo acumulador de carga al garaje donde tengo aparcado el vehículo, y en un santiamén lo sustituye y ya tengo el problema resuelto. Total, ¿ para qué quería cien euros de más en el bolsillo ?.

Cuando al iniciarse la tarde acudo al trabajo, flamean a todo trapo las banderas situadas en la cresta del parador que culmina el collado, tras los inmuebles que forman el barrio. El fuerte empuje de la ventisca no cesa de zarandear las enseñas. Hoy es necesario proveerse de cierto abrigo, cuando concluya la tarde, a la caída del sol la temperatura también se irá a paseo en las manos del viento.
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A la vuelta, la arboleda del parque se mece insistente y bulliciosa. Un enorme ficus de casi cincuenta metros de altura y extensas ramas, expuesto al ventarrón y solitario en una isleta del tráfico, revuelve de un lado a otro sus hojas, toda su arbolada estrutura, parece cobrar vida, agitarse en desesperada emoción, en inconsolable y atormentado desconsuelo.

Sobre el puerto hay un doble techo de nubes, unas altas, estáticas, blancas, mientras que las otras, bajas, móviles, recibiendo los últimos rayos solares más sesgados, tienen un color rojizoamarillento, casi salmón. Cuando llego a casa, la situación es inversa, son ahora las situadas más arriba las únicas a las que el sol despide con tonos rojizos, mientras que las bajas muestran un sedoso gris irisado.

Mi querido vencejillo solitario ha hecho suyo los toldos recogidos y enrrollados. Desde ellos va y viene lanzando en ocasiones algunos breves y débiles, agudos chillidos.

La luna aún no ha venido, pero algunas olas de poniente en la playa, rumorosas e incesantes la llaman.




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martes, 3 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 3 Martes



El fuerte viento ha estado soplando toda la noche, el intenso terral que no cesa.

Con el aire seco y diáfano la mañana destella como ancha copa de transparente vidrio en la que el sol derrama incesante toda su luz y su soberbia. Bajo un cielo azul magnético el mar reverbera con móviles y huidizos azules en las manos del viento. Las aguas en el centro de la ensenada estan abrumadas de brillos y reflejos. Como en un inimaginable sueño levitan asombrados los perfiles, las siluetas de los navíos anclados en la bahía. Es imposible intentar sostener la deslumbrada mirada sobre ellos.

Entre el sobrado calor solar y el abundante fresco vendaval la temperatura es excelente, equilibrada. Entre los excesos de uno y de otro termina siendo el día afortunadamente proporcionado y agradable.

Las palmeras han cobrado nueva vida y alegría, animadas, se llenan de los murmullos del ventarrón incesante, se agitan y cimbrean. Parecen celebrarlo contentas a lo largo del camino bajo el sol de la mañana. La luminosidad vence y convence cualquier fisura del ánimo, una amplia sonrisa se instala en el interior del pensamiento.

Algunos bañistas en la playa, pero no me hallo entre ellos. El agua debe haberse enfriado lo bastante como para impedir nadar un cierto tiempo. Sólo alguno se atreve, y sale al momento, casi de inmediato. Empero el sol, inenarrable catarata de luz y la belleza sobrecogedora del mediodía es bastante para todos, adormecidos sobre las arenas llenas de templado calor, abanicados por el viento.

La tarde me devuelve a mis obligaciones. Cuando termino, como paso cerca de los ratoncitos bajo el enorme álamo, les llevo unos dados de queso. En cuanto ven o huelen lo que les arrojo corren con una velocidad inusitada, pese a lo chicos que son, de un lado a otro del árbol para cogerlos.

La ciudad se va encendiendo lentamente, asi como también el parque alumbrado ahora por sus farolas. Por encima del macizo de los árboles se ven ascender, a duras penas, por las laderas de una elevación cercana, los paños y muros de las ruinas de un castillo árabe que alcanza fatigado por los años la cima.

Sobre él, sólo la oscuridad de la historia, y esta iluminada noche de estrellas.


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lunes, 2 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 2 Lunes


El espacioso amanecer está solo. Antes de la llegada del rojo astro del día, debido a la humedad del aire, se ilumina casi en su totalidad de vaporoso oro. En ese manto regio de color amarillo, en sus límites, mezclado con el azul del cielo, se logran ver unos instantes de evanescente y fugaz, pálido verde. El mar espejea, quieto y sumiso, todo este ensueño de color sobre sus aguas.

Poco a poco la mañana toma caminos distintos. En las manos del terral la atmósfera ha ganado trasparencia, en las manos del seco y limpio viento noroeste. Con algunos nimbos algodonosos, blancos, va llenado la soledad ahora añil del cielo, va ensanchado casi los límites de la bahía, limpiándola de neblinas y brumas. El mar comienza de sí mismo a renovar sus aguas, sobre la superficie de la ensenada corren los vivos dibujos de plata que el paso del viento traza, sobre el oscuro cobalto de verde alma del piélago sin olas, sólo estremecido por la brisa.

La impresionante claridad del día anima prontamente sobre el paseo la presencia de peatones, corredores, ciclistas. El cristal de la mañana refulge bajo el sol único. A la vuelta de mi pequeña caminata diaria veo ya cierta afluencia en la playa. El agua todavía está sólo ligeramente fresca, se puede nadar un buen rato en su líquida lámina que el sol inunda de reflejos y brillos. Hoy los pescados me dejan compartir su mediterráneo sin asombrosos ataques imprevistos. Un rato secándose al calor luego mientras las escasas olas intentan llegar a la orilla, casi sin conseguirlo.

La tarde se llena de paz sencilla, de niños jugando mientras sus padres reposan en los bancos adormeciéndose al suave abrazo solar, bajo las cotorras gritonas que acuden a hurgar en los racimos de dátiles maduros de las palmeras estáticas, eternas. Sólo aquellas desprotegidas de los edificios y expuestas al soplo del aire cobran una vida distinta e inquieta, zarandeadas, agitadas, oscilantes y revueltas. En la mar, los barcos han aproado en la dirección del terral, señalando la ciudad y el noroeste. Los vencejos hacen suya la fachada, los ahora recogidos toldos, como centro de operaciones de sus casi continuos vuelos. De vez en cuando la Vida lanza un pequeño grito desde alguno mientras éste planea.
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El atardecer retira sus luces. La luna completa y asombrada, concluida y magnífica ha llegado por el este y está suspendida entre escasos jirones de nubes que el crepúsculo transmuta en perfecto rosa, sobre el zafiro denso y lleno, luminoso aún, del cielo. El mar recibe por unos instantes las mejores joyas del día y luego se baña de una lunar plata vieja, húmedas luciérnagas que bullen en la creciente oscuridad que se apodera de sus aguas.

Pero la luz de la redonda y entera luna es tanta, que hoy el manto de la noche no es negro, se ha llenado de sedosidad fosforescente, clarea. De la bóveda estrellada, del color de la noche se ha hecho dueño un denso, profundo, impenetrable e inaudito azul.




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domingo, 1 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

NOVIEMBRE 1 Domingo


La mañana asoma su sonrisa de nubes, suaves y cremosas, de un lado al otro del horizonte. Amanece sin niebla y sin sol, pero aún dormido nada sabe de eso el mar. Sin olas, su líquido caudal azul de apagada ceniza se extiende hasta la orilla apenas rumorosa. Una luz ambarina desciende amable sobre la ciudad.

La playa sólo encuentra hoy su vacío. El aire sin saber a donde ir se ha quedado quieto, no hay viento. La noche ha dejado una atmósfera húmeda, pero franca, con un bullicioso frescor estimulante. Por la arena alguno que otro corre haciendo ejercicio pese a la temprana hora. La calle en silencio, de su soledad se lamenta y rezonga, pero nadie puede escucharla.

Con lenta determinación el sol va abriendo la nubosidad y el mediodía comienza a ser luminoso. Tras mi diario paseo, ya hace cierto calor, y acudo a bañarme en la ahora soleada ribera marina. Sólo habrá una docena larga de personas sobre la extensión de la arena, y quizá para hacernos compañía un ligero poniente concurre sosegado y apacible.

El agua es un fresco cristal, suavemente tonificante, de un azul jaspeado con una leve sombra de nácar gris. Cuando después de nadar un rato voy saliendo, un pequeño pez, no más grande que una sardinilla, empieza con valiente agresividad a ¿morderme?, en la piel noto sus intentos de ¿asustarme?. Debo haber entrado en su territorio de puesta de huevos, o es un defensor intrépido y a ultranza de su mar y de su espacio. A pesar de apartarlo con la mano, vuelve fiero y decidido, haciéndome entonces sonreir realmente.

La tarde es blanda luz de seda dorada, que se va haciendo de lento color rosa cuando el sol regala su última mirada desde poniente. Una línea violeta sobre la lejanía del horizonte sin nubes, mientras la noche comienza. Enorme, la luna desde lo alto del cielo asiste observadora y curiosa. Todas las distancias de la bahía se colman de brillos, mientras, ofrenda de la luna llena, un burbujeo de incesantes estrellas y destellos de plata juegan y se bañan en la oscura orilla. Tranquila, la mar suspira y murmura entre la opaca negrura. Hay un buque en lontananza, sus amarillentas luces recorren temblorosas sobre las tenebrosas aguas un inacabable camino hasta tocar la arena dormida.

La noche abre siempre, hoy también, el corazón de sombras de su tabernáculo para ofrecerte en su limpia sencillez una pura llama de luz amiga.




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